mayo 21, 2003

Los tres Hermanos y el amigo que se quedó para siempre
Es viernes, algo tarde ya, no es fácil vencer los tentáculos de la gran ciudad, toma tiempo y requiere estrategia. Dos mil pesos, nos otorgan derecho por usufructuar de una cómoda carretera, escapamos a mas de cien kilómetros por hora.
Hace rato que el pueblo de Los Andes quedó atrás. Una interminable fila de camiones estacionados a la vera del camino señalan la proximidad del sector de Guardia Vieja. Cuál convoy de guerra, permanecen con luces apagadas, en silencio, esperando que la oscuridad les ampare del ataque enemigo. Aquí aguardarán hasta que temprano en la mañana se les permita el paso hasta el sector fronterizo de Los Libertadores. Nosotros vamos hasta Portillo, así es que resueltos avanzamos hasta el puesto de control. "No señores! "órdenes son órdenes, hasta aquí no mas pueden llegar", dice uno de los señores de la ley. Intentamos explicaciones de distintos y variados niveles de complejidad, como escudriñando si nos enfrentábamos a cerebros bendecidos por la larga evolución humana, o sencillamente estábamos frente a vivos vestigios de algún tipo de homínido primitivo, de esos mismos que recorrían las planicies en Africa, y que el evolucionista Stephen Jay Gould - para ejemplificar su notable parecido con el hombre actual - describía que si los viésemos en el metro, serían "casi" como nosotros. El casi, se refiere a la limitante para intentar algún nivel de razonamiento con ellos. No siempre la suerte está del lado de uno. Los señores de la ley, resultán ser australopitecinos correcta e impecablemente uniformados. No hubo mas remedio que hacer un vicac junto a la caverna de control.

Un penetrante olor a petróleo, nos despierta de madrugada el sábado, son los camiones del convoy, con un par de horas de antelación, calientan motores para iniciar el avance hacia el Atlántico. Aún debemos esperar hasta las ocho, - la hora en que la ley permite el paso - conversamos con los conductores de la caravana, hay Argentinos, Chilenos, Brasileños, son los dueños de todas las historias de la carretera, las pasadas, presentes y futuras.

En punto a las ocho, reiniciamos ansiosos. Pronto estamos trepando los caracoles e ingresando al estacionamiento del Hotel Portillo, en este lugar se da comienzo a la caminata hacia la base de los Tres Hermanos. Para sosegar cualquier duda o confusión respecto a que constituíamos un grupo autoflagelante, hacemos la primera observación del objetivo desde el amplio ventanal del comedor del Hotel, agregamos un buen desayuno para borrar definitivamente aquella odiosa idea e iniciamos amena conversación con quién nos atendía, que resulta ser el más serio competidor de los choferes, como aspirante al cetro del dueño de todas las historias del mundo.

Pagamos la cuenta y partimos. La caminata se inicia bordeando el margen oeste de la Laguna del Inca, durante la mayor parte del trayecto, el sendero va a buena altura, y mantiene la cota, en un par de lugares se cruzan desfiladeros rocosos de vértigo. Es un día magnífico, el sol provoca reflejos en el espejo de la laguna, al fondo del Cajón, la nítida figura de los Tres Hermanos se recorta; esperan por nosotros. Estamos eufóricos. Sorpresiva e inesperadamente, nuestro grupo, se vio aumentado de tres a cuatro integrantes, Carlota, decidió unírsenos en el Hotel, de buen ritmo y evidente fortaleza física, parecía conocer muy bien el sector, así es que decidimos aceptar su compañía.

Después de una hora y cincuenta, bordeamos el tramo final de la laguna, la señorial figura del antiguo hotel Portillo, de fulgurante amarillo reflejado en las aguas, está ahora a nuestras espaldas. Comemos y bebemos de nuestras raciones de marcha, abro un sobre de jugo de papaya, "mmmm...papaya, no parece ser una buena elección", había comentado Vicente, al verme preparar la ración antes de salir de casa. Pasarán varios años antes de volver al de naranjas, tal vez nunca. Hasta antes del Aconcagua - según yo - era el más logrado jugo artificial, el odio nació allá, en las alturas, después de beber la preparación número cuarenta o cincuenta.

Observo a Carlota, permanece a unos metros de nosotros, nos observa con disimulo, tal vez tiene dudas de haber venido, quizás piensa que aún puede volver, la miro directamente a sus grandes ojos, me evita. Proseguimos la marcha por una planicie de fina arena, es el punto en donde ingresan las aguas a la laguna, esas que vienen de la cordillera, ríos y quebradas bajando con ruido ensordecedor, por ahora solo paisaje con aroma a desierto.

Tres de la tarde, primeros pasos sobre la morrena glaciar, sobrecoge el espectáculo; a la derecha, directamente sobre nosotros ahora, los Tres Hermanos, a la izquierda imponentes paredes rocosas que marcan el límite con el cajón inmediatamente al oeste, el Ojos de Agua, más allá, cascadas de hielo aferrándose con desesperación - son las últimas de la temporada - el invierno está por llegar, con su llegada, cientos de nuevas cascadas florecerán nuevamente para engalanar el formidable circo rocoso labrado por las más descomunales masas de hielo que avanzaron creando la maravilla que ahora recorremos. Un poco mas adelante, se erige aún más imponente la pared sur-oeste del C° Parva del Inca, que con sus 4831 metros es el señor del Ojos de Agua. Atrás, no tan lejos al sur, el Glaciar Juncal, soberbio río de hielo completa una imagen de ensoñación. No pedimos más nada, lo tenemos todo.

Acampamos en una depresión morrénica, a escasos metros de un mancha de hielo. Toda el agua que hay a nuestro alrededor, permanece en forma de hielo, el más duro, ese de fin de temporada. No hay mas remedio que fundir, lejos la labor mas tediosa del campamento, en un noventa y nueve por cien de los casos, el proceso se realiza justamente, cuando más deshidratados estamos, o somos víctimas de la sed mas horripilante; mataríamos por agua, pero no, seguimos fundiendo, un litro, dos, cinco, diez. Derretir hielo en vez de nieve, tiene una ventaja, como posee escaso aire, resulta más rápido licuarlo, y se obtienen volúmenes similares a su extracción, una olla de hielo, equivale a una olla de agua; la desventaja? un par de minutos picoteando a mediana intensidad con el piolet, dejan sin aliento hasta al más entrenado.

Nuestra Norh Face es para tres personas, con cuatro se inician las incomodidades, se sabe, por estudios del comportamiento en ratas, - que dicho sea de paso, estuvo de más, porque sencillamente pudo haberse observado a montañistas, o a quienes deben viajar en transporte urbano, o metro en la hora punta - que el hacinamiento eleva los riesgos por agresiones y disputas territoriales, pronto aparecerá lo peor de cada montañista, lo siniestro, el lado oscuro, Carlota parece tener claro este aspecto, y no deja duda alguna que su intención es hacer un vivac. Todo cargo de conciencia al imaginarla ahí afuera, expuesta al frío de la noche se desvanece al observar su equipamiento magnífico, diríase que excede largamente las exigencias.

Domingo, seis quince de la mañana, me incorporo y tiro el cierre del vestíbulo. No existe sonido más típico de campamento, que el generado por el cierre mientras recorre la cremallera, generalmente lo último en escucharse antes de ir a dormir, señal que todo ha terminado por ese día, es también lo primero en escucharse por la mañana, timidamente algunos sacos de dormir, siguen luego las puertas, anuncio que la jornada ha comenzado.

Mientras desayunamos, observamos nuestro objetivo, intentando leer la mejor ruta a la cumbre, coincidimos en señalar que mucho se parece al Bismarck, la estribación sur del Plomo. Desde nuestra posición vemos una fuerte pendiente que antecede a uno o dos plateau que solo adivinamos. Nuestra decisión es hacer la vía directa, hasta alcanzar el segundo de ellos, desde ahí seguir por la derecha, hasta alcanzar una canaleta que parece conducir hasta el filo cumbrero.



Preparados, iniciamos el ascenso, avanzamos por un acarreo de grandes piedras, están firmes y bien asentadas, las usamos cuál escala, Carlota se desplaza con facilidad, teníamos preocupación por saber como trabajaría en áreas más complejas, al verla nos despreocupamos, voy haciendo punta, Francisco a continuación, Gastón cierra el grupo, Carlota un tanto desordenada, va y viene de una posición a otra, que duda cabe, posee forma física óptima.

A la hora y media alcanzamos el primer objetivo, el plateau más pequeño, la pendiente sigue en aumento, y se torna directamente proporcional a la calidad del acarreo, a las grandes rocas firmes, suceden las rocas mal asentadas, frágiles; estamos en lo que en jerga montañistica se conoce como mierdalita, también cacarreo, en ambos casos señala un sector de muy mala calidad, la más pésima elección para ascender.
Otra hora y estamos en el segundo plateau, intentamos una nueva lectura del cerro, para corregir o reafirmar que vamos por la ruta adecuada. Doscientos metros más arriba, un gran conglomerado de rocas, parece ser el punto culminante antes del último plateau, la ansiedad puede más y ascendemos directamente, pronto estamos en la base misma, demasiado tarde para comprender nuestro grande error, pendiente de casi 45 grados, roca de muy mala calidad, estamos atrapados en la base del gran conglomerado haciendo peligrosos e infructuosos intentos por escalarlo por sus flancos, con cada paso de escalada, se desmoronan cien rocas, Francisco hace intentos por izquierda, yo por derecha, Gastón entrega el consejo técnico apropiado, "apoya el pie izquierdo arriba!", o "intenta empotrar con puño a la derecha!", las manos sudan, bloquear el miedo es esencial. Aún podríamos intentar un avance utilizando los veinte metros de cuerda semi-dinámica que portamos, y la cinta, mosquetones y el par adicional de artilugios. Conversamos y analizamos, finalmente la razón se impone, decidimos bajar hasta el plateau inmediatamente anterior. Así lo hacemos. Una vez en este punto, reímos de buena gana, el mejor remedio para olvidar el miedo. Nueva decisión, practicar un traverse hacia la izquierda, Francisco nos dice que por ahora basta para él, - entendemos su decisión - fué él mas expuesto, está cansado. Han pasado mas de dos horas.

Entregamos una de las radios a Francisco, ha decidido bajar hasta el campamento base, “me tomaré un buen té” nos dice más tranquilo, Carlota le acompañará, juntos inician el descenso. Un par de minutos después, reiniciamos el ascenso. La ruta ahora es clara, nos lleva nuevamente por acarreos de grandes piedras y fuerte pendiente, en poco más de una hora estamos cerca de la canaleta que conduce directamente a la cumbre. Mientras ascendemos mantenemos contacto radial con Francisco, quién ya está en la carpa, habíamos acordado que las trece, era la hora tope para avanzar, y es precisamente la hora que en estos momentos marcan nuestros relojes. La canaleta está ahí, tan cerca. Por esta vez, debemos renunciar.

Durante algunos minutos observamos en silencio el maravilloso escenario, y ofrecemos nuestros mejores pensamientos para Christián de Groote, hombre de montañas, practicaba la pasión de su vida, cuando la muerte le llamó en este lugar, protege ahora a los Tres Hermanos por siempre jamás. Decimos adiós y comenzamos a bajar.

El retorno se hace rápido, como suele ocurrir. Hay prisa por volver con luz natural, cinco horas nos separan aún de Portillo. Mientras levantamos campamento, Carlota duerme plácidamente. El descenso se hace por la izquierda de la morrena utilizando lo que parece ser una mínima huella sobre el acarreo, en casi tres horas estamos nuevamente recorriendo las finas arenas del sector con aroma a desierto, los músculos comienzan a reclamar descanso. Iniciamos el recorrido del margen de la laguna, el hotel cada vez más cerca, vamos a paso forzado, estoy un par de cientos de metros delante de Gastón y Francisco, Carlota me sigue muy cerca, puedo sentir su respiración, solo unos metros más, veo el andarivel junto a las cabañas, allá está la camioneta azul.

Llegan los demás, compartimos algunos últimos bocadillos. Alguien del hotel se acerca con semblante serio, “nos tenía preocupados”, dice, y continua, “supusimos que estaba con ustedes”. Así es, le respondo, “nos acompaño todo el fin de semana, ha sido una notable compañera de aventuras, conoce el cerro como nadie”… “ven conmigo Carlota, ven, debes tener mucha hambre, estos San Bernardo comen como nadie”, dice el hombre mientras se aleja.

En la camioneta están ya acomodadas las mochilas, lentamente nos movemos para salir del estacionamiento, Carlota nos ve, y corre algunos metros tras nosotros, acelero y pronto la dejo atrás.

Adiós dulce Carlota, adiós.