enero 14, 2004

Cajón del Río Olivares y el verdadero peligro

En más de alguna oportunidad, estando en la hermosa vega de Piedra Numerada, observando el desplazamiento de las nubes, miré hacia las alturas del Bismarck o el Cepo, pensando en como sería la visión hacia el oriente; - después -, en uno de los dos intentos fallidos por llegar a la cumbre del primero, me tomé el tiempo de observar con atención el amplio cajón que se adivinaba a través del Estero Paramillo, casi 1800 metros más abajo. Misterios no tan gozosos, me habían impedido acceder al que se había convertido para mí, en mítico lugar, el Cajón del Río Olivares, tan cercano y lejano a la vez. El intento más reciente por ir a develar sus misterios había sido hace muy poco, - en Diciembre pasado -, gracias a una invitación de César Masihy, quién se encontraba organizando la clásica travesía Cepo - Olivares - Yerba Loca.

Y otra vez los misterios impidiéndome ir. Postergado en la imaginación se quedó de nuevo el Cajón del Río Olivares, esperando otra oportunidad para saber que tan cerca de la realidad estaría aquello tantas veces imaginado.

Portezuelo Franciscano, viernes 09 de Enero, 02:20 de la madrugada, enorme luna menguando hace apenas dos días, "habrá que usar bloqueador lunar" bromea alguien refiriéndose a la potente luz selenita. Cuatro somos quienes nos dirigimos de una vez por todas, a encontrarnos con nuestras visiones. "Caminar hasta que el músculo aguante", decía el posteo que había dejado en el sitio de los Subecerro. En realidad, la idea era salir de Santiago a la hora que fuera, idealmente de noche, casi con sigilo, cuando es más fácil escapar de los tentáculos de la ciudad-atrapa-sueños. Un par de carpas en la pequeña laguna del Franciscano, instantáneamente pienso en Andrés Reutter, tenía información que vendría al Plomo este fin de semana, "suerte en el Plomo, Andrés", digo en voz alta mientras inicio la caminata. Cuarenta y cinco minutos después, cuando el músculo recién calentaba, tiramos nuestros sacos a un par de metros del Estero de la Yareta, ahí dormimos escuchando el dulce sonido de las aguas.

La caminata se reinicia a las 08:00, hubiésemos avanzado antes, pero un detalle doméstico del vivac lo impide: la tela que recubre nuestros sacos de pluma está impregnada de humedad producida por la condensación, debemos pues, esperar algún rato que esta evapore; guardarlos en esas condiciones es perjudicial. Otros cincuenta minutos y estamos en las vegas de Piedra Numerada, sin pausa alguna cruzamos el cauce del Río Molina, que en ese punto, es más bien un estero, e iniciamos el ascenso por la empinada ladera que asciende al Bismarck y el Cepo, pausa de diez minutos en el punto medio del ascenso y otra vez a subir, pronto estamos en el amplio "plató" existente entre ambos cerros y con visión del portezuelo del Cepo. Todo montañero sabe por experiencia, que no hay mejor acicate, que estar a vista de algún portezuelo, mágicamente las fuerzas vuelven, se apura el tranco, la fatiga se esfuma. Tras una hora y cincuenta desde Piedra Numerada, estábamos ahora maravillándonos de la extraordinaria visión al oriente. Ahí, frente a nuestros ojos, el hermoso Cajón del Paramillo, fuerte descenso se adivina en su primer tercio, plácidas vegas en el segundo, y gran misterio en el último, que desde la lejanía se aprecia angosto, cerrado, flanqueado de paredes rocosas de respetable altura.


Cajón Paramillo


Y se inicia el descenso, con la emoción de recorrer un sendero nuevo para nosotros, transitado cientos de veces por arrieros con rumbo a Argentina por el paso de Las Pircas, también por montañeros de la vieja escuela, cuando se dirigían a escalar las impresionantes paredes del Tronco o el Risopatrón. Más esporádicamente, hoy lo hacen algunos montañistas "modernos", - como nosotros -, que vivaquean en saco de plumas, de esos para –25. En conford, por supuesto.


Vegas del Cajón Paramillo


Primer descanso en las apacibles vegas del primer tercio, observando las paredes orientales del Bismarck, y preguntándonos si será por esa canaleta o aquella otra la forma de acceder a la esquiva cumbre. Será que primero hay que lograr la cumbre del Cepo, para obtener las llaves a la cumbre del Bismarck?. Seguimos ahora avanzando en dirección a la gran roca que marca el inicio de lo que desde del portezuelo se apreciaba cuál angosto cañón, la huella es cada vez menos evidente, a ratos se nos pierde, cruzamos el estero hacia el norte y nos parece verla al sur, volvemos a cruzar al sur, y parece ahora estar allá al frente, en la ladera norte, pronto se pierde definitivamente mientras descendemos por acarreos de gran pendiente.


Placas del Paramillo


El cañón ahora nos aprieta más y más y nos conduce en forma inexorable a la caja misma del estero. Sin darnos cuenta estamos frente a dilema, devolvernos ascendiendo hasta retomar el sendero, o seguir avanzando arriesgándonos a encontrarnos con un descenso impracticable. Avanzo de primero para determinar si el descenso será factible, pronto no veo a mis compañeros y nuestra comunicación solo es posible por radio, con precaución destrepo las rocas a escasos centímetros de las aguas rugientes. Una y otra vez parecía que no se podría avanzar más, que aquel salto que se intuía enorme, marcaría el punto en que el Paramillo, nos negaría definitivamente el avance. Una y otra vez, también, encontramos la forma de sortear el escollo, con paciencia, tranquilidad y mucho cuidado, a veces fue necesaria la asistencia de la cuerda, que llevábamos para el cruce del Río Olivares, más de alguno de nosotros, resbaló y cayó, afortunadamente sin consecuencias corporales mayores, siendo tal vez el orgullo, el más afectado. Objetivamente, una caída podría haber significado graves lesiones y aún más. Mejor no hablar de ciertas cosas.


Cajón del Río Olivares


Y así continuamos, hora tras hora hasta que al fin, tuvimos a la vista el amplio cajón del Olivares, y su sinuoso Río. Aquellos múltiples meandros y el color té con leche, eran la más clara señal de su origen glacial. Sobrecogidos observamos la imponente visión al norte, colosales paredes rocosas, monstruosos glaciares colgantes, enormes cascadas cuyas aguas parecían brotar de la nada, interminables y terroríficas canaletas verticales cubiertas por hielo. Largo rato estuvimos contemplando tan magnífica escena, extasiados y absortos, preguntándonos como era posible que tan increíble lugar estuviese tan cerca de Santiago, y recriminándonos por no haber ido allí antes.

La hora avanzaba y debíamos continuar ahora nuestra marcha rumbo al norte, hacia al fondo del Cajón en pos del Gran Salto del Río Olivares. Un amable sendero nos conduce hacia el, de cuando en cuando atraviesa amplias y plácidas vegas, o permite observar nuevas cascadas de agua, todo junto al Olivares, que ahora no nos parecía un río tan sencillo de cruzar, ancho y de caudal respetable. Tras dos horas de marcha, llegamos a otra amplia vega, protegida del viento y cercana a un murallón rocoso. Este fue el punto de nuestro segundo vivac, decisión resistida dado que nuestro objetivo ese día era llegar hasta el punto en donde el cajón gira al noroeste para iniciar el ascenso al Gran Salto. Dos horas nos separaban aún de ese punto, había que cruzar el Río en algún sector en que permitiese el vado, - cuestión para nada clara -, y llevábamos prácticamente diez horas de marcha.


Estero Los Castaños


No estábamos solos, un grupo de la Federación, que concluía un programa de “tecnificación” con un ascenso al Nevado del Plomo (6050), acampaba también en el lugar. La expedición, de diez días de duración era apoyada por arrieros y sus mulares para el transporte de la carga en el proceso e aproximación. Algo comimos y a eso de las nueve, nos metimos a nuestros sacos, cansados de la dura jornada, y a la vez felices de estar allí.

Temprano fuimos despertados por los movimientos del grupo Federación, preparaban equipos, y cargaban las mulas para continuar, pronto se despidieron y se alejaron hasta perderse, se dirigían hasta el punto del río en donde los arrieros acostumbran el cruce.

Tranquilo desayuno y amena conversación para decidir el plan de ese día Domingo. Las posibilidades de llegar al gran salto, se habían esfumado, se requerían alrededor de cinco horas más de marcha, efectuar el cruce del río y después volver en una interminable caminata de diez o doce horas hasta la subestación Olivares, punto en donde nos recogerían para retornar a Santiago. Así las cosas, decidimos avanzar por el margen izquierdo del río hasta el sector del Estero Esmeralda, punto en donde tuvimos visión de la cumbre del C° Plomo. Acostumbrados a ver permanentemente su imagen desde el poniente, resultó curioso y extraño apreciarlo desde el oriente. Hasta aquí avanzamos.


Montañas del Cajón Olivares


El retorno como siempre, fue a paso rápido y en silencio, intentado capturar imágenes con el mayor detalle posible para luego almacenarlas en aquel lugar del alma, destinado al acopio del combustible que alimenta los sueños. Parados sobre el puente que cruza el Olivares frente a la subestación, juramos volver. Tal vez lo hagamos, tal vez no, todo dependerá sí somos capaces de sortear nuevamente el río verdaderamente peligroso, ese que ahoga todos los sueños allá abajo en la gran ciudad.

Jorge Milla, Enero 2004




2 Comments:

At 11:46 p. m., Blogger fbalart1 said...

Hola Jorge: La magia y luminosidad del cerro comienza con tus relatos
Fuerte abrazo
Francisco A. Balart

 
At 1:18 a. m., Anonymous Anónimo said...

Millagui que alegría volver a recordar ese viaje a través de tu relato. Si te animas a la travesía completa me avisas. Tengo las mismas coordenadas de siempre. cmasihy@coasin.cl Un abrazo, César

 

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