El primer Mandamiento
Ya sabe la tierra de Yendegaia, la siniestra amenaza que desde el norte, avanza inexorable y letal. Con furioso bramido, el viento fue portador de primeras advertencias, más tarde las aves, volaron cientos de kilómetros, - esta vez al sur -, y con alarmado graznido se presentaron para comunicar tan infaustas noticias.
Es el humano otra vez, de todas las criaturas existentes, tal vez la única, capaz de atentar contra su propia morada. Nuevamente él, otro intento por arrebatar, nuevo empeño por tomar el poder. A las numerosas tentativas del siglo pasado, por extraer sin control ni medida la riqueza de sus bosques extensos, se suma esta, preparada con extrema meticulosidad y precisión. No quiere esta vez fallar, por ello no ha descuidado detalles ni escatimado recursos para lograr tan aciago propósito. Toda la tecnología a su servicio, perfecto aliado para lograr éxito en esta, tal vez la conflagración final.
La amenaza que viene del norte se llama camino de penetración, verdadera herida que lentamente ha ido desgarrando las entrañas de la tierra, su construcción permitirá consolidar finalmente la invasión. Con habilidad y precisión de cirujano, ha logrado vencer el hombre, la resistencia que la tierra ha presentado en lucha desigual. Los primeros enfrentamientos se dieron muy lejos, no constituyó gran dificultad vencer el escollo que representaban las amplias estepas existentes tras cruzar el Estrecho de Magallanes, tampoco lo fue el viento o la nieve de los crudos inviernos, nada de esto detuvo su avance, había que llegar con prontitud al último tercio de la gran Isla, aquel sitio en donde tras los primeros contrafuertes cordilleranos, ocultaba Tierra del Fuego, el más preciado tesoro, aquellas grandes extensiones de bosques. Las últimas reservas. Es en estas latitudes en donde aún se preservan de la depredación brutal.
Pronto estuvo el camino a las puertas mismas del bosque, intentó entonces la tierra obstaculizar el avance interponiendo el cauce de los ríos, a la postre oposición tan efímera como estéril, sólidos y macizos puentes se levantaron para superar. Mayor resistencia ofrecieron las extensas y hermosas turberas, por un momento pareció que estas detendrían la acometida humana, no fue así, significó la llegada de poderosa tecnología que rápidamente a la turba doblegó. Encolerizado por las continuas demoras, aplicó entonces el hombre golpe grosero y brutal abriéndose paso a explosiones, cientos, miles de ellas, destrozaron los últimos intentos de la tierra por resistir.
Estamos ya en Julio de 2003, las otrora azules aguas del Lago Deseado, están ahora teñidas con el petróleo y el aceite utilizados de alimento para la monstruosa maquinaria. Avida siguió avanzando, ahora en busca del Lago Fagnano, su hijo, el río Azopardo y la bella Caleta María. Ellos no escaparán, y pronto el espantoso crujido de árboles cediendo ante la potencia de caballos de fuerza, o el sonido de motosierras abriendo paso, serán lugar común en aquellos parajes maravillosos. La cordillera de Darwin, y los turbales del Betbeder, tal vez los últimos bastiones de resistencia. Vencidos estos, la serpenteante herida alcanzará el paso de las Lagunas, el valle del Lapataia y finalmente el Río Yendegaia, momento en que el hombre creyéndose triunfador, alzará victorioso los brazos. Habrá doblegado resistencia monumental.
No parecen haber esperanzas, hasta el organismo más simple, entiende perfectamente que es gran error, contra el propio medio atentar, la tierra es la morada de la especie humana, la responsabilidad del hombre es proteger y preservar, vital entender que los compulsivos esfuerzos por ocupar todo nicho deben orientarse hacia el espacio exterior, transformando en fértiles, áridos y lejanos mundos, llevando vida adonde no la hay. La tierra es el vivero, comprometer su futuro es error garrafal, Y significará probablemente quedar en la antesala de la extinción total.
La construcción de un camino, será siempre sinónimo de impacto, lo es en la ciudad, mayormente en las últimas zonas prístinas del planeta. Al sur del paralelo 38, están los últimos bosques nativos sub-antárticos del mundo. Hace 200 millones de años, colosales catástrofes terminaron por dividir en dos al súper continente Pangea, una de esas masas era Gondwana que hace 135 millones de años, volvió a separarse formando la Antártica, Sudamérica, Australia, África, Madagascar, Arabia y la India. Los bosques de Tierra del Fuego, son formidables sobrevivientes a esos colosales cataclismos. Hoy su existencia está seriamente amenazada, esta vez por una especie de reciente aparición.
La lucha está lejos de terminar, están en pie aún, quienes han asumido la defensa de la tierra, sus bosques y criaturas como un postulado esencial, buscan afanosamente formas para que las heridas infligidas, sanen antes de un desangramiento fatal. La Fundación Yendegaia es una de ellas, férrea unión de voluntades para lograr un imposible, preservar el maravilloso paraíso natural ubicado en la Tierra del fuego, al sur del Lago Fagnano. Aparente contrasentido, - resguardar para que el destructor, pueda mas tarde beneficiarse de forma verdadera.
Esperemos todos en que no muy tarde, entienda la especie humana que manidos conceptos, como geopolítica, desarrollo sustentable o manejo de recursos, han sido creados bajo el más implacable criterio de depredación. La construcción de un camino de penetración significará probablemente el principio del fin para los últimos bosques templados del mundo.
No destruirás la morada, mandamiento que aún la especie humana, está lejos de observar.
Dedicado a la Fundación Yendegaia, esfuerzo que es esperanza.
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