Ni con toda la nieve del mundo
"Imposible seguir avanzando !, debemos intentar armar campamento o estaremos en problemas", grité a todo pulmón y con todas las fuerzas que pude. Tras mío, separado por unos veinte metros, avanzaba castigado por la furia del viento, mi gran amigo y cordada inseparable Gastón. Le vi levantar uno de sus bastones en señal de aprobación, era imposible que me hubiese escuchado bien, mas tarde me contaría que adivinó la propuesta, nada difícil si pensamos que el sentido común, hacía rato nos decía que había que refugiarse con urgencia.Nuestra caminata se inició el Sábado 14 de Junio, desde el centro invernal La Parva. El transfer que tempranamente abordamos junto a cinco extranjeros en el Omnium, nos había dejado en el estacionamiento principal de ese lugar. Una fuerte ráfaga de viento nos recibe al descender del minibus, instantáneo recuerdo de uno de los encabezados del diario La Segunda, justamente el del viernes, que leía en el metro, "vientos de más de 120 Km por hora, azotan los centros invernales". No resistí la tentación por llamar inmediatamente a Gastón, la idea era disfrutar juntos de las expectativas que el titular provocaba. No había temor, si excitación y entusiasmo por la posibilidad de vivir algo de aquello que se presagiaba. No pocas veces pienso en cuanta seducción produce en nosotros la búsqueda constante de la emoción intensa, probablemente se debe a que nuestra vida es así, como desde lo alto se ve la ciudad, plana. La posibilidad entonces por conmocionar el cuerpo, agitarlo, someterlo a turbación es algo que se anhela, se desea con fuerza, es enfermedad pero una para la cuál no buscamos ni queremos mejora.
En esta oportunidad íbamos equipados con raquetas para progresión en nieve, por extraña razón, - así prefiero llamar a algo que tiene más que ver con nuestra ignorancia que con otra cosa - el ascenso se inicio sin ellas, por lo que el acto de caminar mas de dos horas con la nieve hasta la rodilla, llevando las raquetas a la espalda, estaba mas cerca de inmolación o martirio. Es en oportunidades como esta, cuando uno se sumerge en pensamientos y meditaciones, es como mantra repetido una y mil veces para tratar de alejar la mente del agotamiento y cansancio que se experimenta.
Pensaba en los cincos extranjeros que acompañaron nuestro viaje desde Santiago a La Parva, por supuesto ellos subían a esquiar. Disfrutar las delicias de nieve y montaña es parte de la cultura de europeos y norteamericanos. Distinto es acá, en donde para una parte importante de chilenos, la condición de "hijos de los Andes", no pasa de ser una bonita metáfora, lo mismo sucede en Perú y Ecuador. Hijos que nunca han visto, - y que probablemente jamás verán - a la madre montaña, un abismo de cultura, y recursos les mantendrá convenientemente alejados, especialmente en "temporada". Pocos privilegiados podrán finalmente conocerla, claro que por obra y gracia de algún programa de acción social, esos mismos pensados y diseñados especialmente para "acercar al pueblo a la montaña". Un día entero para maravillarse, poco importa si son bolsas de basura, se deslizarán igual, que más da si no llevo guantes, de crudos inviernos, mis manos hace tiempo saben ya. Jornada completa para comprobar que la nieve nunca podrá ser tan fría como el sentimiento de sentirse marginado.
La visibilidad era escasa y la sensación térmica descendiendo de manera impresionante, dos pares de guantes, liner y windstopper, no impedían el agudo dolor en las puntas de los dedos, era momento de parar. Curioso, ahí estábamos, sometidos a peligro real e inminente, sabiendo que solo un par de horas nos separaban de La Parva, condición que permitía una singular tranquilidad, estoy en riesgo ?, sí, pero la seguridad está al alcance de mi mano. Cuantas víctimas habrán efectuado tan irracionales cálculos ?, sin duda muchas. Creyeron estar en control y no lo estaban, pensaron que la protección estaba a un movimiento de distancia, y tarde comprendieron que en tales condiciones, lo único suficientemente cercano, es la muerte.
Como buen arquitecto, Gastón posee un extraordinario sentido de las formas, capaz de reconocer cualquier objeto por muy impreciso que este aparezca, dotado de un cerebro con habilidad para ver en 3D, y de reconstruir imágenes a partir prácticamente de la nada, "me pareció ver una especie de cuartucho, hace un par de minutos, a nuestra izquierda !" gritó en medio de la ventisca. Sin pensarlo, nos dirigimos hacia el lugar con la rapidez que el vendaval permitía, infructuoso hubiese resultado cualquier intento por armar una carpa en estas condiciones, tentación hubo, especialmente porque uno de los objetivos de la salida, era precisamente inaugurar la formidable carpa Mountain Hardware adquirida por mi partner, la preciosa Annapurna color rojo, bellísima, de exquisita forma y estructura. Levantada, como lo estuvo al día siguiente, en la absoluta soledad de la Laguna Piuquenes, resultaba erótica visión.
Mejor expresado nunca. Efectivamente, se trataba de un cuartucho cuya puerta permanecía asegurada con un cordel de nylon, de pequeñas dimensiones, era lo justo que necesitábamos. Aquí nos quedamos, esperando que amainara, ello nunca sucedió, por el contrario, la furia aumentó, decidimos entonces que era suficiente por ese día, unos ricos tallarines, el mejor café, y el diálogo ameno, fueron los ingredientes ideales para capear una tarde de tormenta. Afuera, el viento blanco azotaba sin misericordia.
Temprano despertamos, el mejor refrigerador no igualaba al cuartucho en prestación, incluso el agua, fundida con tanto esmero como aburrimiento la noche anterior, permanecía congelada en las indestructibles y clásicas botellas Nalgene, esas construidas de Lexan, el poderoso policarbonato, cuya fórmula, - según cuentan montañeros con desbordante imaginación -, fue elaborada a partir de elementos extraídos desde el área 51, sí, esa misma. Según eso entonces, ni el poder alienígena fue capaz de mantener nuestra agua en estado líquido. Lo que sí, que duda cabía, era de otro mundo, fue la espectacular visión que tuvimos al momento de abrir la puerta, cielo absolutamente despejado, y una blanca capa de nieve cubriéndolo todo, "mira ! está nevado hasta el Alto del Naranjo", chilló Gastón. Así era, en pocas horas, el paisaje circundante había cambiado dramáticamente. Entusiasmados, terminamos el desayuno para reiniciar el ascenso. En pocos minutos avanzábamos pesadamente por la nieve, aún con las raquetas, la caminata era dificultosa, la copiosa y muy reciente nevada no había experimentado aún los ciclos de frío, necesarios para convertirla en una superficie amable para la progresión.
En una hora estuvimos en las inmediaciones del portezuelo Franciscano, una vez traspuesto, contemplamos la majestuosa belleza de la laguna completamente cubierta de nieve; frente a nosotros, el Bismarck, el Cepo y a lo lejos el Tupungato, a nuestra izquierda, la Parva. Doquiera mirábamos había solamente blanco. No hubo necesidad de discusión porque no había dudas, el sitio había sido preparado por la montaña. Quiso dar así, solemnidad al primer campamento de la bella Annapurna, primera de muchas historias que junto a ella viviremos. Alternadamente paleábamos ahora, procurando mejorar el sitio escogido para emplazar la carpa, pronto estuvo lista; desde lo alto de la falsa Parva, lugar al que expresamente subí para lograr el mejor registro fotográfico de tan solemne momento. Disparé todo el rollo de la cámara, las circunstancias así lo ameritaban. Allá abajo, en la inmensidad del blanco desierto, un pequeñísimo punto rojo. Una carpa. El templo en donde aún es posible honrar a múltiples dioses y profesar un solo credo, ese que habla del amor por la montaña.
La planificación decía Cerro Leonera, el corazón sentenció otra cosa. Aquí nos quedamos, felices y encantados, el Domingo avanzaríamos solo hasta Cancha de Carreras y luego retornaríamos a Santiago, no sería un domingo cualquiera, era dieciséis, cercanos cinco meses atrás, llegábamos a la cumbre del Aconcagua, culminando un proceso en donde la planificación y el corazón compartieron similares derroteros.
Un radiante sol acompañó el retorno, una vez traspuesto nuevamente aquel límite que todos los montañistas reconocemos como la frontera que separa lo bello de lo feo, - el portezuelo Franciscano -, y debemos, para dolor nuestro, pasar de la incomparable y grata compañía que resulta ser la soledad, al aislamiento que provoca la multitud., esa misma que llega año tras año con la apertura de los centros de ski, viene solo en invierno, nunca sabrá que cuando la nieve hubo de irse hasta un nuevo ciclo, quedarán al descubierto los envases de bebidas ligth, y mucha otra basura de cuya presencia solo pueden testificar aquellos para quienes la temporada, no abarca solo los meses de junio a septiembre, sino que se extiende a todo el año. Son quienes piensan que las palabras temporada y siempre, constituyen los más perfectos sinónimos. Otro año vendrá y con su llegada el más hermoso manto todo lo cubrirá, es la magia de la nieve, que parece tener incluso, el poder de ocultar nuestra humana pequeñez, pero ello no es posible, ni siquiera con toda la nieve del mundo.
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