Primer Martes del mes - Día de resurrección
Es junio, el invierno viene raudo y fría es la noche Santiaguina, gélidosaires andinos empujan el paso de apurados transeuntes. Quieren llegar rápido a sus hogares, es un imposible, enormes filas de vehículos, a modo de fantásticos réptiles creciendo minuto a minuto copan las vías de la ciudad.
Los ofidios, con sus miles y miles de ojos encendidos, se desplazan lentamente sobre el asfalto observándolo todo, a instantes se contraen para luego extenderse, a ratos convulsionan, quieren avanzar y no pueden, se enfrentan en cada esquina por el control del espacio, monstruos enormes fagocitando a otros pequeños, alimentándose y creciendo, y con ello, paradoja de paradojas, provocando su propia inmovilización y parálisis.
Día tras día, misma y reiterada pesadilla. La madrugada traerá breve pausa, los réptiles descansarán fragmentados en cientos de miles de trozos. En acto tan insensato como inverosímil, serán amparados por los propios habitantes de la ciudad. Con la llegada del alba despertarán rugientes, hambrientos del carburante que les vuelve a la vida. Una vez más la conjura siniestra, los reptiles avanzando a tomar control de la ciudad.
Primer martes del mes, el sagrado día de los que creen en la resurrección, jornada de los que creen en la vuelta a la vida de la ciudad, esa misma que fué crucificada en nombre del falso desarrollo y modernidad. Permanece así, esperando que sean sus propios hijos, esos que la conocieron grata, amable, y feliz, quienes la liberen para siempre. Congestión, contaminación, pesadas cruces que el mismo hombre dejó caer sobre quién le brindaba amparo y protección.
Hay promesa de tiempos mejores, un sólido y creciente contingente de discípulos,- la hermandad de los Furiosos Ciclistas - furia que es ímpetu y coraje, han optado por un apostolado - movilizados en sus maravillosos ingenios mecánicos - van por las calles divulgando un nuevo testamento vial, ese que habla de abrir definitivamente los caminos a las alegres y multicolores caravanas, de cambiar para siempre la ponzoña petrolífera, por la limpia pureza de la potente energía proveniente del mismo hombre. La que en vez de matar aporta vida.
Martes tres de junio, por algunas horas, las tinieblas que cubrían la ciudad fueron disipadas por nuevos vientos de esperanza, cientos de cicloapostoles soplando con más fuerza que nunca, lograron que se cumpliera el prodigio una vez más.
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