ACONCAGUA 2003
Sumar para Alcanzar
Jorge tienes que levantarte!!
El enérgico grito de José Manuel, retumbó fuerte en mis oídos sacándome violentamente del estado de sopor e indiferencia en el que había caído. Hace tan solo unos minutos habíamos iniciado el descenso desde la cumbre, cuando mis movimientos corporales y también pensamientos, se tornaron pasmosamente lentos y torpes. Lograr incorporarme después de cada nueva caída se convertía progresivamente en un problema mayor. Había que reaccionar!! se hacía peligrosamente tarde y nos encontrábamos a 6.600 metros de altura. A mi mente vino el recuerdo del sábado 4 de Enero, el día que iniciábamos la expedición que nos conduciría a la cumbre de la Montaña mas alta de América, el monte Aconcagua. Esta es la historia
Prólogo
El reloj marcaba las 05:40 cuando desperté. Finalmente el momento había llegado. Enero 4, el día que iniciábamos la expedición para la que mucho nos habíamos preparado.
"Cuídense!" nos habían repetido con frecuencia los últimos días del 2002. Especial sensibilidad reinaba. El año no terminaba bien para los montañistas nacionales y un intenso debate agitaba a la comunidad nacional. El motivo?, la muerte de siete de ellos en Campo de Hielo Norte, una tragedia de proporciones, desafortunada y triste. Que falló?, estaban bien preparados? Tenían la experiencia suficiente?, todos opinaron, levantaron voces, algunos idearon normas tan inútiles como sus palabras. Y es que ninguna regulación podrá impedir jamás, que aquellos que sueñan con experimentar la grandiosidad de la naturaleza se expongan una y otra vez. Que absurdo se oye, el serio, racional y severo discurso que tras la tragedia, algunos lanzan desde la comodidad de una oficina. Jóvenes que dieron la vida empujados por una hermosa pasión. Eso es todo. Sucederá una y otra vez en tanto exista un contingente de soñadores que acuda al llamado de la propia naturaleza humana.
Cuarenta minutos me separaban todavía del momento en que el sonido de la alarma indicaría inexorablemente que llegaba el momento de levantarse para partir. Como tantas veces, dediqué el tiempo a repasar mentalmente todo, chequeo mil veces efectuado las últimas semanas. Imposible evitar un secuencial recorrido de todos los eventos sucedidos desde el momento en que decidimos, un ya lejano mes de diciembre de 2001, el intento de la cumbre del Monte Aconcagua durante Enero de 2003. Diez personas conformaban inicialmente el grupo, a la postre, reducido drástica y dramáticamente a cuatro. Recordé aquel triste día de Diciembre, a pocas semanas de la partida, cuando Francisco nos comunicó que abandonaba la expedición por insuperables motivos laborales. Al igual que cuento quedábamos solo tres, Gastón, José Manuel y yo, coincidentemente el mismo grupo, que casi exactamente un año atrás, se adentraba por los contrafuertes de la Cordillera Riesco allá en la Patagonia. Como olvidar meses y meses de prusiana preparación física en el gimnasio, lugar al que asistíamos día a día con disciplinada regularidad, o las múltiples salidas a los cerros para lograr el necesario aclimatamiento a la altura, proceso intensificado los últimos meses y en donde el ascenso al majestuoso Volcán Licancabur, el cuasi seis mil de Atacama, marcó un hito importante en nuestra preparación. Interminables reuniones de preparación logística, definiendo equipos, alimentación, estudiando rutas o determinando la mejor estrategia de ascenso.
Sentí nuevamente la "piel de gallina" al recordar aquella solemne ceremonia en donde recibimos las banderas de Chile y el Banco Santander, comprometiendo nuestros mejores intentos por llevarlas hasta la cumbre. La culminación de tan larga nómina de tareas y actividades nos habían llevado paulatinamente a este expectante y mágico momento, la partida.
Primera Parte
Rumbo al Campo Base Plaza Argentina - Aparecen los primeros fantasmas
Sábado 04 de Enero de 2003, lentamente el minibus se pone en movimientos y abandona el atochado terminal de buses norte, nada extraño, es el primer fin de semana de Enero y muchos en Chile, están iniciando vacaciones. Por fin, después de un año de intensa preparación física y planeamientos logísticos, estábamos iniciando la expedición para intentar la cumbre del Monte Aconcagua, el Horcón de Piedra como le llamaban los antiguos indígenas de la zona, Techo de América como suelen denominarle hoy en día. Como toda gran bella montaña, actúa como un imán de atracción para cientos de personas de todo el mundo que harán los esfuerzos más increíbles por alcanzar sus casi siete mil metros de altura.
El viaje a Mendoza, - ciudad a la que obligatoriamente debíamos ir para el trámite de obtención de los permisos de ascenso -, fue especialmente tranquilo y silencioso, los tres integrantes de la expedición permanecimos sumidos en los propios pensamientos, o tal vez repasando mentalmente el check-list mil veces revisado en las últimas semanas.
Un agobiante calor nos recibe en la ciudad de Mendoza, también está Rafael, el taxista contactado desde Chile, que nos llevará al pequeño Hotel que nos servirá de alojamiento por este día. Poco acostumbrados a los elevados niveles de humedad ambiental, se nos hizo difícil dormir bien; un ruidoso ventilador de techo - como de antigua película - no fue suficiente para refrescar la habitación. La verdad, poco importaba, toda nuestra atención estaba centrada en prepararnos para concurrir tempranamente ese Domingo 05 a cumplir con el trámite de obtención de los permisos de ascenso. Se trata de un trámite personal y obligatorio, hábilmente dispuesto así por las autoridades locales, para asegurarse que los grupos expedicionarios de todo el mundo permanezcan al menos un día en la ciudad, compren los alimentos y contribuyan a mover la deprimida actividad comercial.
Pronto estuvimos viajando a la localidad cordillerana de Los Puquios, distante a un par de horas de Mendoza, allí nos esperaba Rudy Parra, nombre famoso entre quienes intentan el Aconcagua, "se aburrió de hacer cumbre" dicen muchos. Hoy es un empresario dedicado a entregar servicios de porteo a los campos base existentes en las tres principales rutas de acceso a la gran montaña, Plaza Mulas, Plaza Francia y Plaza Argentina.
El porteo, es el traslado de los bultos y equipajes de los grupos expedicionarios hasta los campos base. Curtidos y avezados arrieros, conducen a sus mulas por valles, quebradas y desfiladeros, transportando toneladas de carga. En nuestro caso, el destino final sería el campo base Plaza Argentina. La balanza acusó poco más de cien kilos para nuestros bolsos de porteo; básicamente material técnico, cuerdas, combustible, alimentación de altura, carpas, piolets, estacas de nieve, tornillos de hielo y otros. También estaban nuestras mochilas, conteniendo el mínimo necesario para efectuar la caminata que nos conduciría al cabo de tres días, a encontrarnos con el equipo restante en el campo base Plaza Argentina.
Entregados los bultos, fuimos llevados al punto en donde se da verdaderamente inicio a la expedición, Punta Vacas, distante a pocos kilómetros de Los Puquios. Una vez ahí, fotos de rigor junto al letrero que da la bienvenida a los visitantes para a continuación, y con ansiedad contenida, dar inicio a la caminata de tres días hasta la base del Aconcagua.
Un implacable sol pegaba en el angosto cajón del río Las Vacas. Habíamos acordado quince minutos de descanso, por cada hora de marcha. Se cumplía la primera, y José Manuel, nos conminaba a detenernos. Con los días, comprobaríamos que era él, la personificación del método y la disciplina. "Alto, se cumplió la hora!!" - le escucharíamos decir una vez tras otra, al tiempo que registraba los más diversos datos obtenidos de los dos relojes que portaba - o "vamos a más de 130 por minuto, voy a disminuir el paso". Se refería al ritmo cardiaco. No se trataba de relojes cualquiera, ambos parecían tenerlo todo, barómetro, altímetro, termómetro, pulsómetro cardiaco, y brújula, en otras palabras, verdaderos computadores de muñeca. Sin duda alguna era José Manuel, el montañero-científico del equipo.
Cinco horas de marcha silenciosa, nos condujeron hasta el primer campamento: Pampa Las Leñas. Quizás, junto a la jornada de cumbre, el tramo mas intensamente emocional. Al igual que fantasmas, aparecieron las dudas y los temores más profundos, "habré hecho bien en venir?", "estaré bien preparado?". Una curiosa sinopsis de todos los dolores alguna vez experimentados fue sufrida por todos, a ratos tobillos, después rodillas, más tarde caderas, también columna, Fenómeno aún inexplicable, nunca volvió a repetirse. También algunas cavilaciones mas dramáticas "y si no vuelvo?". La caminata transcurrió por senderos y desfiladeros de suave pendiente, muy pedregosos y con abundantes arroyos que nos proporcionaron deliciosa y cristalina agua.
Pampa Las leñas, ubicada a 2.800 metros sobre el nivel del mar, es el punto en donde se entregan los permisos de ascenso, se reciben las primeras instrucciones y también las bolsas destinadas a contener la basura personal; la pérdida de estas bolsas implica, al regreso, el pago inmediato de una multa de cien dólares. Aquí nos encontramos también con todos los grupos expedicionarios de las más distintas nacionalidades que buscarían días mas tarde, una oportunidad para intentar la cumbre del Aconcagua, Franceses, Suizos, Italianos, Coreanos, y Austriacos, todas ellas expediciones denominadas comerciales, que significa que han pagado los servicios de una empresa especializada que les proporciona la logística, guías expertos, y porteadores de equipos. Entre ellas, la nuestra, que increíblemente era la única expedición latinoamericana existente y que adicionalmente tenía un carácter netamente deportivo. Tres personas, sin guías especializados, sin porteadores, y sin apoyos logísticos especiales de ninguna especie. Pronto fuimos identificados como "los Chilenos", fácilmente ubicables porque siempre en nuestros campamentos flameaba la bandera de Chile .
De acuerdo a nuestro plan, durante el acercamiento al campo base, no llevaríamos carpa, y "vivaquearíamos" protegidos solamente por el saco de dormir; así, evitábamos llevar peso innecesario y "guardábamos las fuerzas para el cerro", como nos dijo Rudy Parra al despedirse y desearnos suerte.
No muy temprano nos levantamos para proseguir la marcha. En los siguientes días, tomaríamos la costumbre de ser el último grupo expedicionario en partir, iniciar la caminata o en llegar. Fue una estrategia que buscamos, y que nos permitió un agradable ritmo. No se trataba de someterse a disciplinas paramilitares, o a estrictas medidas, la idea era disfrutar, contemplar y armonizar con el medio. De ninguna manera estábamos para carreras contra el tiempo. Gastón, marchaba regularmente "de primero", - así decimos los montañistas - función que parecía gustarle mucho, seguramente le ayudaba a quemar la ansiedad contenida. De último marchaba yo, cumpliendo un compromiso de honor contraído con José Manuel, "iré siempre al final, cerrando el grupo" le prometí en algún momento. Así lo hice siempre, aún a pesar de ser una posición en extremo incómoda para mí, que sufro de un mal que espero haber superado. La sola comprobación de alguien que marcha adelante, es suficiente para desatar una compulsiva e insana competencia, cuestión altamente inconveniente si se deben enfrentar procesos de aclimatamiento a la altura, en donde la progresión paulatina y suave, resulta ser un factor fundamental.
Mientras desayunábamos todos los grupos continuaron la marcha rumbo al punto número dos: Casa de Piedra, ubicada a seis horas de marcha y a 3.200 metros sobre el nivel del mar. En este lugar se tiene la primera vista del imponente Aconcagua, aquí, el angosto cajón del Río Las Vacas da paso a una gran explanada, con hermosas y verdes vegas. Tantas veces habíamos leído y conversado de la ruta que prácticamente conocíamos cada hito importante, adivinábamos entonces que aquella quebrada apareciendo por la izquierda, era seguramente el cajón del estero Relinchos, cuyo nacimiento está prácticamente en la base misma de la gran montaña. Nerviosos apuramos la marcha, de pronto, ahí estaba!!. Tal como lo habíamos visto en tantas imágenes y fotos, en internet, en libros y folletos, nítido se recortaba en el azul del cielo, el espeluznante glaciar Polacos, "mira, es la piedra Bandera!!" nos gritábamos eufóricos. Las cámaras fotográficas fueron disparadas sin pausa una y otra vez. Mientras extasiados contemplábamos, un Italiano, en su mejor español nos explicó que el Aconcagua que veíamos, era en realidad un cerro vecino, el Ameghino, de 5.800 metros, un "piccolo cerro" comparado con el Aconcagua. Comprendimos que la ansiedad y obsesión son capaces de hacer ver lo que se quiere ver. Primera gran lección recibida.
Acampamos en las vegas, y vimos el sol ponerse observando la montaña de nuestros sueños.
Aquí conocimos a tres personajes que nos acompañarían prácticamente durante toda la expedición. Se trataba de dos Austriacos y su guía, un argentino apodado Lito, con quién pronto entablamos amena conversación. Intentarían la ruta Polacos, escalando por la imponente pared de hielo, "has hecho cumbre otras veces?" preguntamos con algo de ingenuidad, la respuesta fue en algún sentido brutal, "y sí, veintinueve veces", cruzamos miradas de asombro e incredulidad. Continuó "vengo unas dos o tres veces por temporada, desde hace mas de diez años".
Lito nos aconsejó levantarnos temprano al día siguiente y aprovechar los caballos de los arrieros para cruzar el respetable caudal del río Las Vacas. Así lo hicimos. Por la mañana, un variopinto número de personas esperaba su turno para el cruce. Se trata de un pequeño "negocio" de los arrieros, quienes solicitan una "propina" por este servicio. Diez pesos argentinos fue el costo de cruzarnos a los tres.
La marcha se reinició por el margen norte del estero de los Relinchos, un estrechísimo cajón por el cuál se sube violentamente hasta el campo base Plaza Argentina. Una mala elección de ruta, nos llevó en la primera hora de caminata, a enfrentarnos a una peligrosa escalada por roca bastante descompuesta, avanzábamos ahora cuidadosamente, suspendidos a 10 o 12 metros de altura sobre la caja del estero que rugía como clamando una víctima. Superado el escollo, llegamos al punto en donde debíamos obligatoriamente pasar al margen contrario. Como el estero no daba paso, decidimos buscar un lugar apropiado para intentar un salto. En la acción de cruce, una mochila resultó mojada, y experimentamos nuestra primera gran pérdida, la cámara Nikon adquirida especialmente para el día de cumbre se sumergió en las frías aguas, para no funcionar más.
El resto del trayecto transcurrió sin mayores incidentes. Caminábamos ahora directamente en dirección al Aconcagua, que actuaba cual faro guía. La lectura del GPS señalaba que estábamos prontos a llegar a la cota 4000. El sendero serpenteaba por las áridas morrenas del glaciar Ameghino, y experimentábamos el poder de las primeras rachas del temido viento.
No mucho mas tarde, tuvimos a la vista una enorme explanada de aspecto lunar que se extendía hasta la base misma del Cerro Ibañez. Un par de cientos de metros mas allá, le huella torció a la izquierda y permitió ver - sobre un promontorio morrénico - una bandera flameando furiosa. Segundos después observábamos casi atónitos el gran campo base. Estábamos en Plaza Argentina!.
Con no poco asombro mirábamos el gran campo base. Multicolores carpas, grandes domos y extrañas carpas semicirculares que después sabríamos pertenecían a la cofradía de los Campamenteros, un muy especial grupo de personas que instalados toda la temporada dedican agotadoras jornadas a ofrecer los mas diversos servicios logísticos a las expediciones. La visión que se tenía desde lo alto de la morrena hacía imposible no recordar la célebre saga MadMax. Extraños seres ataviados también con multicolores prendas, calzando grandes zapatos a manera de astronautas, iban y venían casi febrilmente; pequeños grupos reunidos por aquí y por allá conversaban en lenguas extrañas. Efectivamente, era ni más ni menos la mas genuina visión de Madmax. En mi fascinación por la escena, estoy seguro de haber visto hasta mutantes pululando por la ciudadela.
Pasado el impacto inicial, y esfumadas las fantasías, descendemos con prontitud la morrena. Casi sin advertirlo, caminábamos ya confundidos con todo y con todos. Ahora, había que darse a ubicar y retirar los bultos, ahí estaba también nuestra carpa. Algo de inquietud teníamos por conocer el estado final en que había llegado la carga, que transportada por los mulares había salido hace tres días desde Los Puquios, inquietud alimentada por dramáticas historias que hablaban de mulas cayendo a los ríos desde escarpados y angostos desfiladeros, llevándose con ellas la preciosa carga que arrastrada por las aguas se perdía para siempre. Evidentemente, la pérdida de la carga significaba el término abrupto de la expedición.
Previo a todo, nos presentamos en la carpa del Guardaparque, trámite de rigor para registrar nombres, señalar objetivos y recibir algunas instrucciones. La conversación es interrumpida un par de veces por llamados radiales, "anoten la frecuencia VHF, 142.80, la radio está permanentemente encendida para atender cualquier emergencia" expresó finalmente el guardaparque.
Un par de consultas y rápidamente nos enteramos que nuestros equipos estaban en aquellas tiendas azules. Hacia allá nos encaminamos, no sin antes haber ubicado una pirca de respetable tamaño que serviría como lugar de emplazamiento para la carpa. Las mochilas quedaron para señalar que ese lugar tenía ahora nuevos y flamantes dueños, los Chilenos. Eran cuatro las tiendas azules, grandes y semicirculares. En la primera estaba instalada una cómoda mesa, también sillas y otros elementos que indicaban que correspondía a la carpa comedor. La segunda era sin duda alguna la bodega de equipos y víveres. En un sector, gran cantidad de cajas conteniendo alimentos, conservas, frascos. Parecía haber de todo y para mucho tiempo. En otro extremo estaban los bolsos porteados - muchos de ellos - unos sobre otros, apilados desordenadamente. Entre tantos, pudimos identificar los nuestros, inconfundibles, el enorme bolso Tatoo, tipo dulfer, los adquiridos a última hora marca Pinacle, y la gastada y maltrecha mochila Lippi, la vieja compañera de aventuras, esa misma que después de vivir mil historias, estaba terminando sus días como saco de porteo. Algo de pena se experimentaba al verla ahí, entre los bolsos, amontonada, pasada a retiro, jubilada, demasiado vieja y raída para ser llevada a la espalda. Quizás ese no era su lugar. Tal vez debería estar en casa, en un digno y privilegiado sitio, ese que reservamos con cariño para dejar los recuerdos mas preciados, esos que evocan maravillosas aventuras pasadas; cuantas veces hemos ido disimuladamente a ese lugar?, solo a oler, - aunque no huela bien - en un intento por traer de nuevo a la vida los recuerdos mas queridos. Sí, quizás ese no era su lugar.
Otra mesa y sillas plásticas apiladas eran guardadas en la tercera carpa, también un par de cocinillas y uno que otro bidón. Finalmente estaba la carpa cocina, - aquella en donde todo sucedía - también el hombre responsable porque todo sucediese, Daniel López, dueño de las instalaciones y quizás él más famoso Campamenteros de Plaza Argentina. "Nos gustan las expediciones deportivas che, somos montañeros de corazón y si bien vivimos de las expediciones comerciales, tratamos de ayudar en lo que podemos a las deportivas, pues aún cultivan la esencia de una expedición" fueron las primeras palabras de Daniel, hombre amable, conversador, de piel curtida por el sol, y poseedor de una tremenda energía, misma que le permitía enfrentar extensas jornadas de actividad en el quehacer de dar servicios a las expediciones, cocinando, recibiendo carga, despachando carga, volviendo a cocinar, y así una y otra vez, desde temprano en la mañana hasta avanzada la noche, momento en que con alguna frecuencia gustaba de participar de amenas y conversadas veladas. Gracias a su gentileza, pudimos disfrutar de la comodidad de una de las grandes carpas - aquella con las sillas apiladas- " está a vuestra disposición ché, pueden utilizarla para cocinar mientras están aquí en el base aclimatando". Así lo hicimos durante nuestra estadía en Plaza Argentina.
Cuál diana de regimiento, cerca de las ocho de la mañana, se escuchaba el sonido inconfundible del grupo musical mexicano Maná proveniente de la carpa cocina - en donde todo sucedía -. Era la forma que tenía Daniel de dar inicio oficial a las diarias actividades en el campo base.
No fue fácil dormir esa primera noche, la emoción de sabernos ya instalados, y a los pies de la gran montaña de nuestros sueños, o mejor aún, de la montaña que nos quitaba el sueño, lo impidió. Era también la primera noche que lo hacíamos en carpa, en nuestra gran, cómoda, y lujosa carpa, una North Face VE25, nuestro hogar durante la expedición. Conversamos hasta tarde planificando el siguiente día. Estaría destinado al descanso, la hidratación, la preparación del porteo al Campo 1, intentar un llamado a Chile desde uno de los dos teléfonos satelitales existentes, y una visita al médico del Campamento. Esta última actividad generaba expectación. La posibilidad de conocer, con criterio e instrumentos científicos, nuestro estado de aclimatamiento a la altura, nos causaba ansiedad creciente.
A los compases de Maná, despertamos al día siguiente, el sol está instalado hace rato, hay viento; este año, como nunca dicen. Después de levantarnos, nos dirigimos a la carpa ofrecida por Daniel, ahí desayunamos tranquilos. Con algo de avidez consumimos el contenido de la bolsa Ziploc, un galletón, también un pequeño pastel, cereales, leche y café. Sentados y cómodos, disfrutando cada momento. A través de una de las ventanillas podíamos ver las carpas de los Austriacos y su guía, Lito, aquel de los veintinueve ascensos. Concluido el desayuno nos dimos a la gran tarea del día, la planificación y preparación del porteo al campo 1. Fueron como mínimo tres o cuatro horas de cálculos, sumas, restas, anotaciones, nuevas sumas, mas anotaciones, nuevos cálculos. Sobre la mesa y desordenadamente se acumulaban hojas y más hojas de anotaciones. Absortos y entretenidos, de cuando en cuando hacíamos un alto y reíamos de buena gana por la rigurosidad ingenieril que estábamos aplicando al proceso. Después comprobaríamos la enorme utilidad que significó este minucioso trabajo.
"Comida de altura" era el eufemismo para referirse a "exquisiteces" que adormecían el paladar, galletas de avena, fideos tres minutos, sopas instantáneas y otras inmundicias que solo es posible aceptar bajo extremas condiciones. Cruel tortura era experimentar la delicia de agradables aromas provenientes de la carpa cocina: biffes, papás fritas, cebollas, pan amasado. Suplicio chino.
Dado que al día siguiente abandonaríamos el campamento base para sumergirnos definitivamente en la montaña, quisimos dar cumplimiento a alguna suerte de mágico rito ceremonial para despertar esos atávicos sentimientos que activan las fenomenales fuerzas escondidas en lo profundo de cada humano. La pregunta era cuál?. Claro que sí!!. Que más atávico que el rito de comer, de sentarse alrededor del alimento recién cocinado bajo la poderosa fuerza del fuego. Eso haríamos!. Comeríamos!, pero ahora bien, como dioses.
Parece que los dioses estaban de nuestra parte. Mínimas indagaciones nos condujeron a Caribe, un muy curioso nombre, o apodo, - nunca lo sabremos - para una encantadora y joven dama que como en los cuentos, deleitaba a los afortunados que lograban vencer barreras y llegar hasta su carpa. Creo que nunca más en la vida volveré a comer un lomo pobre como el preparado por ella aquel día. Cocinando, Caribe era cuál deidad, sazonaba con suaves y delicados movimientos, un poco de esto, una pizca de aquello, era todo sensualidad. Lentamente, el más exquisito aroma inundaba la carpa provocándonos hipnótico trance. Toda esa magia, por solo veinte dólares el plato.
Osvaldo, era el médico del campo Base, un servicio ofrecido por el parque y contemplado en el valor del permiso de ascenso. A su carpa nos dirigimos mas tarde con la intención de someternos al examen de rigor. Uno a uno, nos fue midiendo el porcentaje de saturación de oxigeno en la sangre. Había cierta tensión y ansiedad, pensábamos que era el momento de conocer si todo lo aplicado para lograr un proceso de aclimatamiento exitoso, se estaba verificando sin problemas. Nos parecía estar escuchando las palabras de Francisco Pancho Larraín, el médico de la expedición Chilena al Makalu. "La poliglobulía es el fracaso de la aclimatación" nos había dicho, casi con severidad. Fue durante noviembre, amablemente accedió a conversar con nosotros. Nos juntamos en Tobalaba, en donde mas? el restaurant Elkika, sirvió de aula de clases en donde atentamente escuchamos la verdadera clase magistral acerca de los complejos fenómenos asociados a la fisiología de altura. Aplicados, tomamos debida nota de sus consejos y sugerencias para lograr un buen aclimatamiento.
Así las cosas, nos sentíamos cuál alumnos ante examen solemne. Hicimos bien el proceso? Seguimos correctamente las instrucciones y sugerencias?. Era la hora de la verdad. Sin levantar la vista, Osvaldo anota en un gran libro - de esos como los utilizados para registrar los balances - "no está mal para ser el primer día" observó con seriedad. Respiro de alivio!. Continuó Osvaldo, "están saturando 83%, los tres igual, muy buena saturación para el primer día. Cuál es el plan que tienen para mañana?". El plan era portear equipo al campo 1, luego bajar a dormir a Plaza Argentina, "subir alto y dormir bajo" reza el axioma que todo montañista debe conocer. Al día subsiguiente desplazaríamos definitivamente el campamento, desde el base, hasta la cota de los cinco mil, lugar del Campo 1, en donde aclimataríamos otro día. Por sugerencia médica, ajustamos nuestra planificación cambiando el día definido para aclimatar en el Campo 1 por un día de aclimatamiento adicional en el Campo Base. "Esto les permitirá lograr una mejor saturación de oxigeno y evitaran muchos problemas" fue la sentencia final de Osvaldo.
Satisfechos y felices por haber aprobado el examen, correspondía intentar la comunicación con Chile a través del teléfono satelital para informar que habíamos llegado sin novedad y que iniciábamos la fase de porteo a los campos de altura. Cinco dólares el minuto era el costo del servicio. Cuatro fueron los minutos utilizados, y más los minutos de asombro ante las facilidades que brinda la tecnología.
El día terminó temprano, - como casi todos - de forma instantánea con la puesta del sol, todo el mundo se retiraba apresuradamente a las carpas para evitar el frío que calaba los huesos.
Estábamos felices, nuestro sueño se estaba cumpliendo sin contratiempos importantes. En la vida, las cosas no suelen ser tan así, de cuando en cuando, somos golpeados por la cruda y brutal realidad. Pronto estaríamos experimentando algo de eso, mirando casi de frente parte del lado oscuro, ese que se prefiere no ver, aquel que se niega para que el sueño no se transforme en pesadilla.
Animadamente conversábamos esa mañana instalados cerca de la carpa; con atención observábamos a tres personas que bajaban con lentitud. Pronto estaban suficientemente cerca, "no es el tipo con quién nos encontramos en noviembre en el cerro Bismarck?", señala Gastón casi asombrado. Efectivamente, se trataba de Jaime Cartagena, un guía Chileno que descendía con dos clientes Holandeses. Su rostro, preocupado lo decía todo, nada bueno había sucedido. Tras él, uno de los holandeses caminando con dificultad y con ambas manos cubiertas de manera extraña. "Que sucede?" preguntamos casi de inmediato. Jaime nos cuenta que su cliente tiene las manos congeladas, con necrosis en varias falanges, que debe ser trasladado urgentemente para recibir atención. A través de la radio, se solicita la presencia del helicóptero para la evacuación. El hombre permanece sentado, con la vista fija en el suelo, extrañamente indiferente, parece dopado.
En el base, sonido de helicóptero, es equivalente al ulular de sirena. Con frecuencia corresponde a señal de problemas. Mucho antes de poder verlo, el inconfundible sonido del rotor de sus aspas, - amplificado por la monumental caja de resonancia que resultan ser los cajones y contrafuertes cordilleranos - provoca alerta general. Todos salen de sus carpas y alzan la vista, se preguntan que pasa. Con suerte será falsa alarma, solo ha subido con víveres para el guardaparques, o se trata de un vuelo de rutina. La mayoría de las veces no es así, su presencia ha sido demandada con urgencia pues la vida de algún montañista depende de el. Sonido de muerte o de vida, solo el destino puede saber. Esta vez viene por el montañista holandés, - será evacuado a Chile - en la cámara hipobárica del Hospital del Trabajador, se hará un desesperado intento para salvar sus dedos.
No estábamos jugando, recordatorio feroz. Todo error, se pagará caro, todo descuido puede tener funestas consecuencias, cualquier apresuramiento puede resultar fatal. El mensaje estaba claro. Segunda gran lección recibida.
La próxima semana, el porteo a los campamentos de altura, la preparación para el día de cumbre y el dolor ante la decisión de no subir
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