enero 29, 2004

Por los Bosques de Tierra del Fuego

Enero 28, año 2001, a pocos días de iniciar la expedición familiar que nos llevaría a mágico viaje por los bosques de Tierra del Fuego. Días más tarde, escribía en la bitácora:

"Que nuestros hijos las recuerden para toda la vida, que permanezcan en sus mentes y espíritus grabadas para siempre, que las evoquen como una experiencia única e inolvidable, y que finalmente, - cuando nosotros sus padres -, ya no estemos, el recuerdo de esta travesía por los bosques del fin del mundo, traiga a sus vidas nuestras imágenes caminando felices en sus compañías".


Bitácora viaje

Esta frase, - extraída desde la página ciento once de la bitácora de viaje -, cerró el relato de aquella imborrable experiencia vivida hace algunos años, cuando en compañía de nuestras familias, decidimos realizar una travesía a un remoto sector de la Isla grande de Tierra del Fuego, al lejano reino donde aún moran los últimos y ancestrales bosques subantárticos del mundo.


Bosques de Lengas

Cataclismos inimaginables separaron hace millones de años atrás a la tierra de Gondwana, - hogar común de estos bosques - dando lugar a lo que hoy conocemos como América, Africa, Arabia, India y Madagascar, vastos mares les apartan ahora. El tiempo geológico seguramente volverá a unirlos, eso, siempre y cuando sobrevivan a la feroz depredación de que han sido objeto durante tanto. Allí permanecen, protegidos y ocultos por los contrafuertes montañosos de la formidable cordillera de Darwin y muy próximos a los campos de eternos hielos milenarios. Hermosas Lengas, Coigues y Ñirres, esperando un milagro, que el hombre entienda de una vez que su preservación es más que símbolo ecológico, y finalmente les extienda brazo protector.


Grupo expedicionario

Nuestro grupo expedicionario estaba conformado por dos familias, Lidia, Hilda, Pepe y yo, padres transformados temporalmente en Guías, y nuestros hijos, cinco en total. De menor a mayor el primero era Vicente con tan solo siete
años, caminante excepcional, le seguía José Manuel, alias "Pepito" de diez, tranquilidad a toda prueba, luego Pablo de trece y Felipe de dieciséis, que supieron como nace una cordada inseparable, - de esas que a veces duran para toda la vida -; finalmente la amorosa Caterina cuya armonía parecía calmar siempre al furioso viento patagónico. No he olvidado a Claudio Daza, amigo del alma, y compañero de tantas aventuras.

No fue fácil organizar logísticamente a diez personas que se desplazarían al fin del mundo. Hubo que navegar un par de días, amontonados en la fétida bodega de una pequeña embarcación centollera. Once metros de eslora y minúsculo motor bencinero que nunca permitió superar los cinco nudos de navegación. El patrón Sr. Valverde, siempre insistió en que navegábamos al doble, nunca supo él, que nuestro GPS delató con satelital exactitud, esa "mentirilla".

Ni siquiera el zarpe desde Porvenir, estuvo exento de sabrosa aventura. El grupo completo estacionado en Punta Arenas, debió esperar que yo pudiese negociar el arriendo de alguna embarcación en la pequeña ciudad de Porvenir. Interminables "tiras y aflojas" para lograr finalmente que don Juan Valverde, un pescador centollero, accediera a transportar al que con toda seguridad, era para él, un muy extraño, extravagante y loco grupo de personas, pero en fin, el dinero es escaso y la alternativa no era mala. Feliz llamé a Punta Arenas para comunicar el cierre de las negociaciones, y apurar el cruce del Estrecho de Magallanes de todos para reunirnos y salir. Tanta era mi felicidad, que la precaria embarcación fondeada en el muelle, aparecía a mi vista como una gran, hermosa y segura nave, y es que solamente los ojos de la pasión, tienen la magia de hacernos ver aquello que queremos ver.

Junto a Valverde, iniciamos entonces los trámites administrativos para obtener la autorización de zarpe dirigiéndonos a la sencilla oficina de la Gobernación Marítima de Porvenir, ubicada enfrente mismo del viejo muelle. Un seco "no ¡, de ninguna manera" del Teniente a cargo, dio por terminada toda posibilidad de autorización. El joven oficial, argumentó - con toda la razón del mundo - que diez personas en una pequeña embarcación de ese tipo, sin salvavidas suficientes, y sin tripulación, constituía serio riesgo, razón por la cuál no estuvo dispuesto a escuchar mas argumentaciones. Dejó sí, abierta una posibilidad, podría eventualmente autorizar el zarpe con un máximo de cinco pasajeros.

Una vez en la calle, Valverde urdió hábil plan que contó con mi inmediata complicidad. Consistía este en solicitar la autorización de salida para el número permitido de pasajeros, - cinco - iniciando el zarpe con ese número de personas a eso de las siete de la tarde, "para que el Teniente, nos vea", y avanzar por el Estrecho de Magallanes con la proa apuntando hacia la Isla Dawson. El segundo grupo viajaría vía terrestre por una antigua huella costera que bordea el Estrecho en Tierra del Fuego, pernoctando en las proximidades de Puerto Arturo. Al día siguiente, la embarcación se acercaría a las costas del lugar acordado, y una vez todos a bordo, seguiríamos felices la navegación al sur, para ingresar después de algunas horas, al Fiordo Almirantazgo.

Una vez que los nueve estuvimos en Porvenir, nos dimos a la tarea de conformar ambos grupos. En la embarcación viajaría Lidia, Pepe y Felipe; en tanto que el grupo terrestre estaría formado por los demás niños, Hilda y yo. El Plan se ejecutó con precisión militar y pronto viajábamos por uno de los más infernales caminos que recuerde, solo la extraordinaria habilidad del conductor, permitió sortear los más increíbles escollos, esto, hasta que la oscuridad de la noche, no dio posibilidad alguna de continuar; debimos entonces buscar refugio en donde pasar la noche. Finalmente lo hicimos en los restos del abandonado casco de una antigua estancia que prácticamente tocaba las aguas del Estrecho de Magallanes, casi frente a la Isla Dawson. Muy tarde en la noche pudimos ver tenue luz titilando en la lejanía, a ratos se perdía, pensamos de inmediato que - con toda seguridad - se trataba de la embarcación en donde navegaban nuestros amigos.

En algún momento previo a dormirnos, Hermann, el conductor de la camioneta, salió al exterior y después de largos minutos, volvió con rostro preocupado y en silencio. Había sucedido algo inaudito, tratando de estacionar el vehículo en unas lomas aledañas, volcó casi de campana en un gran foso de barro. Consciente Hermann que nada podría hacer a esas alturas de la noche, volvió a dormir pensando en la forma que al día siguiente saldríamos de semejante problema. Increíblemente pudimos dormir, y muy bien. Temprano en la mañana nos dimos a la ardua tarea de recuperar la camioneta. Creo que en la vida, he visto a persona con más ingenio y creatividad para solucionar situaciones que Hermann. Después de varias horas de incesante actividad, pudimos por fin observar la 4x4 en posición normal. Algunos abollones en el techo y costados delataban el percance. Pronto continuamos el viaje, pero solo pudimos avanzar algunos kilómetros hasta escarpados farallones rocosos, desde cuyos bordes se podía apreciar la vastedad del mar. Asombrosamente, y tras breves minutos de observación, avistamos una pequeña embarcación que se dirigía con rumbo norte, hacia el punto en donde nos encontrábamos detenidos. Eran ellos, zarparon de Porvenir a la hora acordada y tras navegación nocturna, alcanzaron la cuadra de la Isla Dawson a eso de las cero horas anunciándonos el paso con la tenue luz titilando en la oscuridad que vimos la noche anterior. De madrugada llegaron a Puerto Arturo, al no encontrarnos, supusieron bien, algún problema, así es que Valverde puso proa al norte manteniendo el curso pegado a la costa, cruzando los dedos para lograr el encuentro que ahora estaba por producirse.


Estrecho de Magallanes

Algarabía y gritos, en pocos minutos estuvimos todos a bordo y haciendo señas a Hermman, que desde lo alto del farallón rocoso agitaba ambos brazos despidiéndose. Por fin todos a bordo, era el tercer día de nuestras vacaciones y ya todos teníamos la sensación de llevar cien, así sucede cuando los sentidos despiertan del letargo, esa enfermedad que se propagó junto al crecimiento de las ciudades.

Un tranquilo mar acompañó nuestra navegación por el Fiordo Almirantazgo, muy esporádicamente la embarcación fue sacudida por el viento oeste, agazapados en la bodega, a ratos dormitábamos, a ratos subíamos a la estrecha cubierta. Después de horas de navegación avistamos el imponente espectáculo del Glaciar Marinelli, monstruosa y blanca masa glaciar cuya lengua desciende por kilómetros desde el interior del campo de hielo Darwin hasta llegar al mar quebrándose en estruendos. La noche llegó nuevamente y nos regaló luna maravillosa que iluminó nítidamente las tres pequeñas islas, las Tres Mogotes, que señalan la proximidad del fin del fiordo, el punto de desembarco.


La bella caleta María


Caleta María se llama este edén, la bienvenida - como corresponde a todo paraíso - nos fue dada por varias toninas overas, que nadaban y saltaban junto a la embarcación provocando el júbilo de todos. Una llovizna comenzó a caer cuando el patrón apagó el motor señalando con ello que estábamos por fin arribando al reino de los bosques del fin del mundo.


Avanzando por el Bosque - Foto de José Carmona

Aquí, en la bella Caleta María, dimos inicio un par de días más tarde, a nuestra travesía terrestre, primero avanzando por la ribera sur del Azopardo, el magnífico río de turquesas aguas que nacen en el gigantesco Lago Fagnano. Tras sortearlo, - no sin dificultades -, nos internamos por aquellos cajones cordilleranos, la morada de los Bosques Patagónicos. Junto a ellos, emplazamos día a día nuestros campamentos, gozando de su compañía, aceptando su protección, y también escuchando su desgarrador lamento provocado por aquella herida abierta que significa el camino de penetración que día a día avanza hacia el sur lastimando la tierra, - trae el progreso dicen - habrá que verlo.


Camión en el Bosque - Foto J.Carmona


El tiempo avanzó y se acercó el día en que nuestra travesía terminaría. Una tarde, mientras descendíamos una boscosa ladera, observamos extrañados una amplia faja de terreno descubierta, era evidente que los árboles habían sido extraídos con intención. A nuestros ojos - desde arriba - aparecía como una línea cortafuegos, de esas que construyen para el control de incendios forestales. La siguiente visión nos dejó atónitos, un enorme camión tolva, cruzó velozmente por aquella línea despejada en el bosque. No había dudas, habíamos llegado al camino!. Después de días de recorrer la vastedad de los bosques, estábamos finalmente ante al camino que construye el CMT para lograr el objetivo "geopolítico superior" de llegar al Canal Beagle. En este punto terminó nuestra travesía, así abruptamente, de frente a una construcción que ha permitido gran parte del desarrollo humano, y que al mismo tiempo ha puesto en riesgo su propia morada. Abrazo mortal que debe ser resuelto con sabiduría y conciencia; somos parte de un ecosistema superior, no estamos sobre el, ni la evolución nos ha concedido por graciosa potestad, convertirnos en sus administradores.


Expedicionarios en camino CMT - Foto J.Carmona

Nunca olvidaremos aquella magnífica expedición, - probablemente la mejor que jamás viviremos -, como padres experimentamos el inmenso placer de compartir con nuestros amados hijos en medio de naturaleza primigenia, y tuvimos el grande privilegio de observar el prodigioso crecimiento personal que acumularon en tan breve tiempo gracias a tanta vivencia primordial. Allí, mientras caminábamos en fila a través de aquellos bosques inundados de vida, se produjeron muchos mágicos momentos cuyos recuerdos se alojan para siempre en aquel lugar de nuestras almas reservado para lo sustancial, lo imperecedero.

Enero 28, año 2004, a pocos días de iniciar la expedición familiar que nos llevará de regreso a los bosques de Tierra del Fuego. En blanco permanecen aún las páginas de la bitácora, esperan impacientes. Nosotros aún más.

Jorge Milla