mayo 25, 2004

No escapemos, son personas

Imagine por un momento que la ciudad en donde vive usted feliz en compañía de sus seres más queridos, es invadida súbitamente y todos sus habitantes perseguidos y atacados.¿Hacia que lugar correría para refugiarse y poner a buen resguardo a su familia?. ¿Cuál pensaría Ud. que es el sitio más protegido y seguro?. Tómese algunos minutos y analice con calma.



Dawn of the dead


Mientras reflexiona, debo contarle que según postula el director de cine Zack Snyder, en su última película titulada "Dawn of the Dead", el sitio más seguro de la ciudad sería un Mall. Sí, efectivamente, se refiere Snyder a uno de esos descomunales centros comerciales que crecen en distintos puntos de las metrópolis de occidente, fagocitando con voracidad todo aquello que se encuentra cercano al punto en donde hubo de emplazarse la primera piedra de lo que después se convertirá en la más amorfa y antiestética de las edificaciones urbanas.

En el film, el planeta tierra es diezmado por plaga pavorosa que convierte a los muertos en zombies hambrientos de carne humana. Se produce increíble y terrorífico caos, y muy pronto las ciudades son devastadas tras el paso de las huestes de muertos-no-muertos. En un pueblo occidental cualquiera, grupos de aterrorizados habitantes atinan huyendo hacia la edificación más segura, protegida y sólida de la ciudad, ahí se atrincheran para luchar contra el formidable invasor. La fortificación se transforma así en emblemático lugar.
El Mall, último reducto de la raza humana.

Muy pronto, las hordas de zombies, se encuentran a las puertas mismas del Mall, haciendo vanos intentos por destruir las puertas de acceso, construidas con varias capas del mejor de los vidrios, ese a prueba de ruidos, balas, o impactos mayores. Los humanos observan desde la seguridad que ofrece el interior, protegidos por ese mismo vidrio que hasta hace algunas horas, les permitía mantenerse felices, aislados de tanta molestia exterior.


El nuevo templo


Notable y ácido remedo de la sociedad actual. El Mall, nuestro reducto. Elevado a la categoría del más sacrosanto de los templos de occidente, ese que acoge al humano cuando es presa de inseguridades, o es atacado por pesadumbres, melancolías y amarguras, todas ellas malignas formas de infelicidad. En su interior, encuentra la tranquilidad y paz necesarias para practicar las nuevas formas de liturgia. Aquí, temporalmente cobijado, va y viene por las amplias naves del templo, inclinándose ante ídolos que primorosamente extienden manos para acercarlo un poco más al reino que si es de este mundo, el del consumo. Que duda cabe, el Mall, lo más próximo al paraíso en la tierra.

Durante el devenir de la historia, el camino hacia los sitios sagrados no era fácil, las más duras pruebas dejaban en el trayecto a muchos de los aspirantes a la santidad. En el nuevo culto, esto no es así, - de ninguna manera - se trata de dar a los devotos, las más amplias facilidades para acceder al templo. Un día, la voz del nuevo dios se escuchó por doquier, haced que todos los caminos conduzcan a mí, de forma rápida, cómoda y segura. Sentenció también severa, aquel sin paciencia para estacionar no entrará jamás a mi reino.


solo estadísticas


Siempre sucede, la realidad supera una y otra vez a la fantasía, en este caso, a un film en apariencia modesto. Nuestra actual sociedad tiene desde hace mucho sus propios zombies, todos aquellos sin cabida en estos templos, - no puede ser de otra forma -, consumir no pueden, carecen de mínima capacidad para ello. Son los pobres, cientos de miles, millones de ellos, el chorreo económico siquiera alcanzó a salpicarles, anónimos seres que conocemos solo por las frías estadísticas, indignamente graficados, cien de ellos, barra color verde, mil de ellos, barra amarilla, color rojo para el millón, viven sus angustias en total desamparo confinados a gettos urbanos para impedirles se acerquen al lugar en donde nosotros vivimos felices nuestra fiesta.

Para quienes no la sufrimos, la pobreza extrema, aterra y mucho, mirarla un poco más de cerca, rozarla siquiera levemente, atemoriza, hace temblar. Está en la naturaleza del hombre negarla de alguna forma, - o de todas las posibles -, como niega todo aquello que le resulta inimaginable e inaudito. Mejor olvidarla, no es posible que exista algo así. Tal vez ello explique porqué huimos con pavor de quienes la padecen. Espectros que nos señalan que algo no está bien allá afuera.


Favela


Imagine por un momento que la ciudad en donde vive usted feliz en compañía de sus seres más queridos, es invadida súbitamente por cientos y cientos de pobres y menesterosos. ¿Correría Ud. a refugiarse y poner a buen resguardo a su familia?. ¿Cuál pensaría Ud. que es el sitio más protegido y seguro?.

No lo piense dos veces, corramos juntos al Mall.

Jorge Milla