noviembre 04, 2004

Amistad, fuente de limpia energía - Aconcagua 2003


Rumbo a Polacos


Algo muy extraño me estaba sucediendo, la percepción inicial de que las cosas se sucedían vertiginosamente, había sido súbitamente reemplazada por la impresión que todo transcurría con extraordinaria lentitud, diría en cámara lenta. Intento ponerme de pie sin lograrlo. Tras un par de minutos, nuevo intento, fallo por segunda vez. Me invade entonces una mezcla de extrañeza y también de mucho temor, no entiendo cabalmente lo que me está ocurriendo.

Párrafo extraído de la crónica de ascenso al Monte Aconcagua, bitácora que, confieso ahora, nunca escribí por temor a terminar relatando la historia de un fracaso. Tantas veces me dispuse a escribir en la pequeña libreta que llevo en cada viaje, al final, siempre encontré excusa para negarme. Cada intento significó arrancar la hoja, eso hasta que pude escuchar finalmente aquello que dictaba el corazón, y entendí que esta vez no habría relato, así, a excepción de la primera hoja, en donde figuraba el título, todas las demás quedaron en blanco, esperando ser llenadas alguna vez.


Es Enero de 2003, y estamos junto a Pepe y Gastón a 6.870 metros de altura, hace tan solo minutos que iniciamos el descenso desde la cumbre. Tras lograr la cima, lugar en donde no hubo tiempo ni deseos de descansos, decidimos bajar alrededor de cien metros buscando la protección que brindaban las paredes de la Gran Canaleta, el objetivo era tomar en ese lugar, el descanso que el cuerpo reclamaba después de la exigente y larga jornada de ascenso.

Hago vanos intentos por acomodarme bien en el diminuto recoveco junto a la pared rocosa, busco protegerme del gélido viento que asciende inclemente por la canaleta. Estoy feliz y satisfecho, tanto que creo no experimentar cansancio alguno; prolijamente ubico la mochila a la manera de apoya cabeza y suavemente echo el cuerpo atrás sobre las rocas hasta quedar tendido de espaldas, me quito las gafas y el gorro pasamontañas, inspiro hondamente y luego lanzo una exhalación. Me quedo así, inmóvil, fijamente observando el azul intenso del cielo.


Pared Sur del Aconcaguar


Es el instante que esperé con ansias desde hace largo tiempo. Durante la preparación previa, frecuentemente traté de imaginar este mágico momento, me juré que llegada la ocasión, haría el mejor intento para registrar en la memoria, todos los detalles, - hasta los más ínfimos -, como la disposición de los crampones y el piolet que tiré junto a mis pies, o la forma y color de las rocas circundantes, o los magníficos cordones montañosos extendiéndose más allá de lo que era posible ver a simple vista, y los rostros iluminados de mis compañeros regalándome las mejores sonrisas que hubiese visto en mucho tiempo. Detalles, muchos de ellos, algunos importantes y otros triviales, lo importante era registrarlos nítidamente, para evocarlos después una y mil veces.

Absorto, no caigo en la cuenta de cómo transcurre la hora, imposible saber si fueron sólo segundos, o largos minutos, la intensidad de las vivencias, adquiere aquí dimensión irreal. "!Se hace tarde, debemos bajar¡", es la brusca exclamación de Gastón para conminarnos a emprender el retorno. Efectivamente es tarde, todos, sin excepción iniciaron hace bastante rato el descenso. Nos encontramos solos.

El breve descanso fue suficiente para que los músculos se relajaran y el espíritu aquietara, con gran esfuerzo nos incorporamos, y alzando a la espalda las mochilas, nos aprestamos a iniciar el largo retorno hacia la seguridad relativa del campamento tres, emplazado a seis mil metros, casi a los pies del imponente Glaciar Polacos.

La canaleta es amplia, y hay abundancia de rocas inestables, desciendo en primer lugar extremando los cuidados, lo hago pensando en lo que todos sabemos, la mayoría de los accidentes en montaña ocurren al retorno, cuando se piensa equivocadamente que la aventura concluyó, error muchas veces fatal. El descenso continúa sobre terreno inestable. En algún momento pierdo pie y caigo sin mayores consecuencias, tanto así que Pepe y Gastón esperan pacientemente que me reincorpore por mis propios medios para continuar la marcha. No sucede así, y sigo durante largos minutos sentado.

Algo muy extraño me estaba sucediendo, la percepción inicial de que las cosas se sucedían vertiginosamente, había sido súbitamente reemplazada por la impresión que todo transcurría con extraordinaria lentitud, diría en cámara lenta. Intento ponerme de pie sin lograrlo. Tras un par de minutos, nuevo intento fallando por segunda vez. Me invade entonces una mezcla de extrañeza y también de mucho temor, no entiendo cabalmente lo que me está ocurriendo.

Mis amigos se han percatado que nada bueno sucede y prestos me brindan la ayuda necesaria para que logre reincorporarme; lo hago, pero solamente para avanzar treinta metros y volver a caer. Rechazo esta vez toda ayuda, al temor se suma ahora la rabia, generada por la impotencia de no saberse autosuficiente. En algún lugar de mi cuerpo, un fusible hacía cortocircuito dejándome sin energía para continuar.

Una y otra vez me repito "esto no puede estar sucediendo, quizás necesito un par de minutos para descansar, comer un poco, tal vez beber algo más....". No más de cinco kilos, pesaba mi mochila de cumbre, la sentía ahora como si pesara cincuenta; Pepe y Gastón deciden liberarme de aquel peso. Era urgente seguir descendiendo rápidamente.


Paso del Viento


Avanzando torpemente cuál ebrio, cayéndome tantas veces y logrando - gracias a mis amigos - ponerme cada vez de pie, pude terminar de cruzar el trayecto que va desde la Gran Canaleta, hasta el refugio Independencia, reino de vientos como los que nunca había conocido. No tengo dudas, si hubiese estado solo, en una de tantas caídas, finalmente agotado en extremo, me habría entregado al sueño profundo, de aquel que no es posible despertar más.


En el campamento tres, había preocupación, tres montañistas aún no volvían de la cumbre y la hora avanzaba peligrosamente llevándose consigo la luz natural. En el Aconcagua, todo el mundo sabe lo que hacen los demás, las noticias vuelan, se esparcen como la niebla. Todos sabían que el equipo Italiano había bajado al campo base Plaza Argentina, que los norteamericanos eran apoyados por verdaderos y genuinos porteadores sherpas de Nepal, y que la cordada de Holandeses no alcanzó la cumbre. Se sabía también que nuestro retorno de la cumbre estaba retrasado.


Campo tres


La última luz del día, acompañó nuestros pasos hasta el campamento tres. Avanzaba esta vez totalmente recuperado, cuestión que fue notoria una vez alcanzada la cota del refugio Independencia. Al llegar al campamento, fuimos recibidos con alegría, y un gran termo con café caliente. Solo recuerdo haberme sentado en la entrada de la carpa, quitado con dificultad los zapatos plásticos, y caer rendido en sueño profundo.


De algo estoy seguro, en algún momento de iniciado el descenso, un fusible de mi cuerpo hizo cortocircuito, probablemente misma situación ha ocurrido a muchos montañistas, desafortunadamente han perecido en la soledad de las alturas.


Mis amigos y yo en Polacos


Ellos no tuvieron la suerte que yo, de contar con un par de amigos extraordinarios como Pepe y Gastón, cuya amistad, - fuente de energía limpia - activó aquel otro fusible que todos llevamos, - no en el cuerpo, sino en el alma -, el mismo que nos permite sobreponernos a los momentos difíciles de la vida.

A ambos, mi gratitud.

5 Comments:

At 9:06 p. m., Anonymous Anónimo said...

Jorge:

Muy interesante poder conocer esa experiencia por si a uno le llegáse a pasar, para poder recordar en ese momento que esa situación que parecía devastadora se podía recuperar. Así ahora, si me tocara vivir algo parecido (en la montaña u otro lugar), podré recordar tu experiencia y tal vez tener la calma y motivación para activar ese otro fusible que espero me permita sobreponerme. También tomo como lección que en ese tipo de cumbres uno no debe andar sólo como lo hacen algunos y que siempre, en cerro y ciudad, es importante tener amigos que nos puedan ayudar en momentos críticos.

César Masihy

 
At 10:03 a. m., Anonymous Anónimo said...

Fue muy emocionante leer tu nota Jorge; por una parte ese logro supremo de llegar a la cima de uno de tus sueños mas elevados y luego dejarte caer sentado como en cámara lenta guiados por tu detallada descripción, en un estado de extasis o cercano, me hace pensar que no querías mas; la vida y sus espectativas habían sido cumplidas y completadas.

Ahí querías quedarte.

Quizás en alguna parte de tu persona, la idea de volver al Banco, a tu restringida dimensión, a tu caballeriza chata, era una intolerable visión y mejor era morir ahí mismo. Tus "amigos" no te lo permitieron.

Otra lectura es la biológica, la del fusible, y gracias a tus amigos estás de vuelta con nosotros; los que te damos un abrazo de brazos bien extendidos, emocionados, que reciben a este amigo querido, ahora "sobreviviente", con el cual seguiremos conversando y disfrutando de esos cerros que tan generosamente este país en que nacimos nos regala.

Gabriel

 
At 4:59 p. m., Anonymous Anónimo said...

me gusto tu relato, yo mismo escribi parecido en mi libro elogio de la desmesura, pronto sacare otro me gustaria una frase tuya sobre por que el aconcagua.

te felicito luis jait

 
At 8:08 p. m., Anonymous Anónimo said...

Quien se aventure en el Aconcagua no debe de pensar en que esa empresa es un fracaso, fracaso hubiese sido pensar en ascender y no realizarlo nunca......Y además como ser humano nunca te haz de sentir " Más Alto que los Condores"

 
At 3:16 p. m., Anonymous Anónimo said...

Carla
wow
realmente sin palabras

 

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