Simplemente, no creo
En algún momento de mi existencia, - no recuerdo exactamente cuando - desperté una mañana cualquiera convencido que dios no existía. A partir de aquel momento dejé de ser un creyente.
Simple y sencillo.

Durante largos años asumí distinta posición, - incluso -, durante parte importante de etapas - que hoy han quedado muy atrás -, formé parte de grupos que buscaban con ahínco, encontrar aquellas claves que conducen a la creencia firme, esa que no se perderá ya más. Nunca las encontré. A veces pienso que estuve muy cerca, a pocos pasos, finalmente jamás di con ellas.
Sorprendentemente, la no creencia me liberó de cantidad de temores, culpas y expectativas, al mismo tiempo me condujo a una dimensión en donde permanentemente hay que enfrentar la idea de la destrucción total, del cese definitivo y absoluto. En esta dimensión, nada del ser que se extingue, sobrevive. Aquí no hay hálitos que abandonan el cuerpo físico para continuar viviendo en otras dimensiones, ni etéreos vapores que conducen a la conciencia del individuo - dependiendo del comportamiento terráqueo - hacia estadios superiores o inferiores - Tampoco acuden demonios a reclamar el alma que ahora les pertenecerá sempiternamente, o angelicales entidades otorgando amorosa bienvenida.
Tras la muerte, la nada. Simple y pavoroso.
Muchos, dejaron de creer a modo de protesta, - era comprensible - sufrieron espantosos dramas, inadmisibles a la razón, sin lógica, tan ferozmente absurdos que no hubo más remedio que abjurar contra aquello que había prometido un mundo todo justicia y bondad. Otros, recibieron artera traición de representantes terrestres, entronizados para servir de nexo con el mundo celestial, - ingenuos ellos - confiaron ciegamente sus vidas, familias, hijos y bienes. Fueron despojados ante sus propios ojos.
Simple y atroz.

No es fácil dejar de creer en dios, más aún, exponerlo públicamente. Nunca fue bien visto andar por allí diciendo que no se cree, eso está bien para reflexiones privadas, el humano debe creer, está en juego la tranquilidad existencial de la especie. Y es que nadie dijo que el portentoso logro evolutivo que significó adquirir la conciencia plena de la existencia e individualidad, no tendría costo alguno. Junto a ese logro, se generó de inmediato un profundo vacío de terroríficas dimensiones, el hombre ante la muerte inexorable.
Simple naturaleza humana.
Respeto profundamente a quienes consideran a dios como parte fundamental de sus cosmovisiones, tienen todo el derecho a desear una existencia sin sobresaltos existenciales, a tener esperanzas de una vida plena más allá de la muerte, y a mantener la ilusión de la eternidad de conciencia.
Simple convivencia.
El tránsito del creer, hasta el no creer, es prácticamente irreversible y definitivo. Probablemente solo la ocurrencia extraordinaria de aquellos hechos que denominamos milagros, podría establecer un camino de retorno, o abrir una mínima brecha para desandar el camino que condujo a la incredulidad. Difícil para quienes consideramos, que el único y verdadero milagro, es la evolución humana, el maravilloso proceso, creador de todos nuestros dioses.
Simple ciencia.
En algún momento de mi existencia, - no importa, si no recuerdo cuando - despertaré una mañana cualquiera convencido que dios existe. A partir de aquel momento, seré nuevamente un creyente.
Nada de simple.
Jorge