noviembre 12, 2003

Simplemente, no creo


En algún momento de mi existencia, - no recuerdo exactamente cuando - desperté una mañana cualquiera convencido que dios no existía. A partir de aquel momento dejé de ser un creyente.
Simple y sencillo.

Razones


Durante largos años asumí distinta posición, - incluso -, durante parte importante de etapas - que hoy han quedado muy atrás -, formé parte de grupos que buscaban con ahínco, encontrar aquellas claves que conducen a la creencia firme, esa que no se perderá ya más. Nunca las encontré. A veces pienso que estuve muy cerca, a pocos pasos, finalmente jamás di con ellas.

Sorprendentemente, la no creencia me liberó de cantidad de temores, culpas y expectativas, al mismo tiempo me condujo a una dimensión en donde permanentemente hay que enfrentar la idea de la destrucción total, del cese definitivo y absoluto. En esta dimensión, nada del ser que se extingue, sobrevive. Aquí no hay hálitos que abandonan el cuerpo físico para continuar viviendo en otras dimensiones, ni etéreos vapores que conducen a la conciencia del individuo - dependiendo del comportamiento terráqueo - hacia estadios superiores o inferiores - Tampoco acuden demonios a reclamar el alma que ahora les pertenecerá sempiternamente, o angelicales entidades otorgando amorosa bienvenida.
Tras la muerte, la nada. Simple y pavoroso.

Muchos, dejaron de creer a modo de protesta, - era comprensible - sufrieron espantosos dramas, inadmisibles a la razón, sin lógica, tan ferozmente absurdos que no hubo más remedio que abjurar contra aquello que había prometido un mundo todo justicia y bondad. Otros, recibieron artera traición de representantes terrestres, entronizados para servir de nexo con el mundo celestial, - ingenuos ellos - confiaron ciegamente sus vidas, familias, hijos y bienes. Fueron despojados ante sus propios ojos.
Simple y atroz.

Ciencia


No es fácil dejar de creer en dios, más aún, exponerlo públicamente. Nunca fue bien visto andar por allí diciendo que no se cree, eso está bien para reflexiones privadas, el humano debe creer, está en juego la tranquilidad existencial de la especie. Y es que nadie dijo que el portentoso logro evolutivo que significó adquirir la conciencia plena de la existencia e individualidad, no tendría costo alguno. Junto a ese logro, se generó de inmediato un profundo vacío de terroríficas dimensiones, el hombre ante la muerte inexorable.
Simple naturaleza humana.

Respeto profundamente a quienes consideran a dios como parte fundamental de sus cosmovisiones, tienen todo el derecho a desear una existencia sin sobresaltos existenciales, a tener esperanzas de una vida plena más allá de la muerte, y a mantener la ilusión de la eternidad de conciencia.
Simple convivencia.

El tránsito del creer, hasta el no creer, es prácticamente irreversible y definitivo. Probablemente solo la ocurrencia extraordinaria de aquellos hechos que denominamos milagros, podría establecer un camino de retorno, o abrir una mínima brecha para desandar el camino que condujo a la incredulidad. Difícil para quienes consideramos, que el único y verdadero milagro, es la evolución humana, el maravilloso proceso, creador de todos nuestros dioses.
Simple ciencia.

En algún momento de mi existencia, - no importa, si no recuerdo cuando - despertaré una mañana cualquiera convencido que dios existe. A partir de aquel momento, seré nuevamente un creyente.
Nada de simple.

Jorge



noviembre 06, 2003

Para Vicente, hijo nuestro y del viento otoñal

Madrugada de un domingo 2 de Mayo de 1993, Hilda experimentando las primeras contracciones provocadas por aquel deseo tuyo de querer salir a conocer todo aquel mundo que hasta ese momento percibías lejano y ensordecedor. Ese año, el invierno se había adelantado y las suaves y cálidas brisas del otoño, que habitualmente nos traen la nostalgia del verano que se fue, eran ahora reemplazadas por la crudeza de un invierno intenso, como hace años no vivíamos en Santiago. Mientras afuera llovía con fuerza, y zamarreados eran los árboles por viento inusual, tú disfrutabas la tranquilidad y tibieza del vientre de mamá, tu hogar desde hacía casi exactamente nueve meses.

Por aquel entonces, nuestros dominios eran los territorios aledaños a la tranquila Plaza Pedro de Valdivia y al Parque Inés de Suarez, mágicas tierras en donde tu querido y protector hermano Pablo, dio primeros pasos y adquirió las destrezas suficientes para correr, saltar, andar en bicicleta, perseguir a los perros e intentar inútilmente de atrapar aquella paloma que siempre lo superó provocando su rabieta que nos divertía, especialmente a Hilda, que sentada en el césped a la sombra de los añosos árboles, reía tanto que debía sujetar con ambos brazos su abultada barriga, tamaño claramente explicado al momento de tu nacimiento, no era fácil disimular una personita de cuatro kilos, cien gramos! .

La madrugaba avanzaba y junto con ello aumentaban en intensidad las contracciones, sin darnos cuenta amaneció, momento de partir rumbo a la clínica. Habíamos escogido aquella hermosa y señorial casona, ubicada en la calle Pedro de Valdivia, rodeada de verdes prados y grandes árboles, nos pareció el mejor lugar de la ciudad para darte la bienvenida al mundo. Y así, caminando pausada y lentamente, cubrimos las cuatro cuadras que separaban nuestra casa de la clínica. Seguramente esto aclarará definitivamente de quién has heredado las habilidades que hoy demuestras como caminante excepcional. El viento continuaba con fuerza, despojando a los árboles de sus hojas, que a nuestro paso caían tornando la acera en alfombra.

Con los años pudimos entender - nosotros, tus padres -, que no fue otro que el viento de otoño, el que quiso entregar con toda intensidad y a su manera, los parabienes, saludando tu llegada en la estación que trae la tibieza tras el calor estival, y antecede a las tempestades del crudo invierno. Ahí estás tú, a unos pasos de la tranquilidad y a otros pocos del fragor.

Volvimos a casa contigo en brazos, eras ahora Vicente Rafael, nombre escogido por Pablo para honrar a quienes eran sus más grandes y mejores amigos. Debes saber que la amistad que brinda un niño, es uno de los sentimientos más puros y nobles que existen. Pablo no solo escogió un nombre, sino que mágicamente te otorgó también una maravillosa y perpetua gracia, para que puedas ir por la vida regalando genuina amistad a quienes te rodean. Prodigioso don. Gran poder que abrirá todas las puertas que conducen a tus sueños.


Vicente

Alegre, vigoroso y gentil, así te distes a conocer desde tus primeros días, adquiriendo pronto aquel sello inconfundible que caracteriza a los hombres de almas buenas y bellas, tu sola presencia lleva a casa serenidad, al mismo tiempo eres todo vigor y energía física en movimiento, herencia de tu padre, de quién te has convertido ahora en el compañero ideal, ese que acompaña fielmente, que "aperra" - como dicen los montañistas -, que nunca se echa atrás, a él le estás brindado la oportunidad de entender que la trascendencia está mucho más cerca de lo que siempre pensó, ahí muy cerca, al alcance del alma.

Te digo que no ha sido otra persona, que tu amada madre, quién con la paciencia y devoción que ya conoces, ha permitido forjar tu carácter especial. Ella también lo es, y quiso regalarte aquello, colmando tu corazón de dulzura, enseñándote el amor por el saber, transmitiendo la pasión por las matemáticas y todas las ciencias. Es Hilda, quién enseña también el rigor, el mismo que ella necesita para ir hasta tu cuarto, noche tras noche, - con disciplinada regularidad - a iniciar el mágico rito de la lectura, ese que esperas, con ansias y emoción y que suavemente te transporta al mundo de los sueños.

Son, la libertad y justicia, los conceptos fundamentales que hemos querido en ti inspirar, no temas ejercer la primera a plena facultad, pues has demostrado con creces madurez inusual para tus diez años, ejércela con firmeza, reclámala con vehemencia, pelea por ella si es necesario, hasta el punto en que tus convicciones o ideas así lo determinen. Practica también la justicia, esa misma que ahora aplicas con innata sabiduría. Por favor no olvides, que llegará inexorable el momento en que dejarás de ser niño, nosotros los adultos, - con detestable regularidad -, sumergimos a las oscuras profundidades del alma todos estos valores superiores, no permitas que ello ocurra, y permite que siempre el Vicente-niño esté al alcance del corazón.

Así te vemos, y así por siempre te queremos, alegre, brindando amor y amistad, compartiendo todo lo que tienes, - aún si ello significa privarte algunas veces -, riendo y corriendo impulsado por los dones que la naturaleza te ha entregado, no olvides que eres hijo del viento otoñal, - la estación que te vio nacer -, al igual que el, tienes el poder de la fuerza inconmensurable, y la calma serenidad de la brisa cálida de Mayo.


Tu Familia que te ama


Adelante Vicente ¡ la vida espera por ti ¡, sé feliz, solo eso bastará para hacernos felices a nosotros, tu familia que te ama.