enero 29, 2004

Por los Bosques de Tierra del Fuego

Enero 28, año 2001, a pocos días de iniciar la expedición familiar que nos llevaría a mágico viaje por los bosques de Tierra del Fuego. Días más tarde, escribía en la bitácora:

"Que nuestros hijos las recuerden para toda la vida, que permanezcan en sus mentes y espíritus grabadas para siempre, que las evoquen como una experiencia única e inolvidable, y que finalmente, - cuando nosotros sus padres -, ya no estemos, el recuerdo de esta travesía por los bosques del fin del mundo, traiga a sus vidas nuestras imágenes caminando felices en sus compañías".


Bitácora viaje

Esta frase, - extraída desde la página ciento once de la bitácora de viaje -, cerró el relato de aquella imborrable experiencia vivida hace algunos años, cuando en compañía de nuestras familias, decidimos realizar una travesía a un remoto sector de la Isla grande de Tierra del Fuego, al lejano reino donde aún moran los últimos y ancestrales bosques subantárticos del mundo.


Bosques de Lengas

Cataclismos inimaginables separaron hace millones de años atrás a la tierra de Gondwana, - hogar común de estos bosques - dando lugar a lo que hoy conocemos como América, Africa, Arabia, India y Madagascar, vastos mares les apartan ahora. El tiempo geológico seguramente volverá a unirlos, eso, siempre y cuando sobrevivan a la feroz depredación de que han sido objeto durante tanto. Allí permanecen, protegidos y ocultos por los contrafuertes montañosos de la formidable cordillera de Darwin y muy próximos a los campos de eternos hielos milenarios. Hermosas Lengas, Coigues y Ñirres, esperando un milagro, que el hombre entienda de una vez que su preservación es más que símbolo ecológico, y finalmente les extienda brazo protector.


Grupo expedicionario

Nuestro grupo expedicionario estaba conformado por dos familias, Lidia, Hilda, Pepe y yo, padres transformados temporalmente en Guías, y nuestros hijos, cinco en total. De menor a mayor el primero era Vicente con tan solo siete
años, caminante excepcional, le seguía José Manuel, alias "Pepito" de diez, tranquilidad a toda prueba, luego Pablo de trece y Felipe de dieciséis, que supieron como nace una cordada inseparable, - de esas que a veces duran para toda la vida -; finalmente la amorosa Caterina cuya armonía parecía calmar siempre al furioso viento patagónico. No he olvidado a Claudio Daza, amigo del alma, y compañero de tantas aventuras.

No fue fácil organizar logísticamente a diez personas que se desplazarían al fin del mundo. Hubo que navegar un par de días, amontonados en la fétida bodega de una pequeña embarcación centollera. Once metros de eslora y minúsculo motor bencinero que nunca permitió superar los cinco nudos de navegación. El patrón Sr. Valverde, siempre insistió en que navegábamos al doble, nunca supo él, que nuestro GPS delató con satelital exactitud, esa "mentirilla".

Ni siquiera el zarpe desde Porvenir, estuvo exento de sabrosa aventura. El grupo completo estacionado en Punta Arenas, debió esperar que yo pudiese negociar el arriendo de alguna embarcación en la pequeña ciudad de Porvenir. Interminables "tiras y aflojas" para lograr finalmente que don Juan Valverde, un pescador centollero, accediera a transportar al que con toda seguridad, era para él, un muy extraño, extravagante y loco grupo de personas, pero en fin, el dinero es escaso y la alternativa no era mala. Feliz llamé a Punta Arenas para comunicar el cierre de las negociaciones, y apurar el cruce del Estrecho de Magallanes de todos para reunirnos y salir. Tanta era mi felicidad, que la precaria embarcación fondeada en el muelle, aparecía a mi vista como una gran, hermosa y segura nave, y es que solamente los ojos de la pasión, tienen la magia de hacernos ver aquello que queremos ver.

Junto a Valverde, iniciamos entonces los trámites administrativos para obtener la autorización de zarpe dirigiéndonos a la sencilla oficina de la Gobernación Marítima de Porvenir, ubicada enfrente mismo del viejo muelle. Un seco "no ¡, de ninguna manera" del Teniente a cargo, dio por terminada toda posibilidad de autorización. El joven oficial, argumentó - con toda la razón del mundo - que diez personas en una pequeña embarcación de ese tipo, sin salvavidas suficientes, y sin tripulación, constituía serio riesgo, razón por la cuál no estuvo dispuesto a escuchar mas argumentaciones. Dejó sí, abierta una posibilidad, podría eventualmente autorizar el zarpe con un máximo de cinco pasajeros.

Una vez en la calle, Valverde urdió hábil plan que contó con mi inmediata complicidad. Consistía este en solicitar la autorización de salida para el número permitido de pasajeros, - cinco - iniciando el zarpe con ese número de personas a eso de las siete de la tarde, "para que el Teniente, nos vea", y avanzar por el Estrecho de Magallanes con la proa apuntando hacia la Isla Dawson. El segundo grupo viajaría vía terrestre por una antigua huella costera que bordea el Estrecho en Tierra del Fuego, pernoctando en las proximidades de Puerto Arturo. Al día siguiente, la embarcación se acercaría a las costas del lugar acordado, y una vez todos a bordo, seguiríamos felices la navegación al sur, para ingresar después de algunas horas, al Fiordo Almirantazgo.

Una vez que los nueve estuvimos en Porvenir, nos dimos a la tarea de conformar ambos grupos. En la embarcación viajaría Lidia, Pepe y Felipe; en tanto que el grupo terrestre estaría formado por los demás niños, Hilda y yo. El Plan se ejecutó con precisión militar y pronto viajábamos por uno de los más infernales caminos que recuerde, solo la extraordinaria habilidad del conductor, permitió sortear los más increíbles escollos, esto, hasta que la oscuridad de la noche, no dio posibilidad alguna de continuar; debimos entonces buscar refugio en donde pasar la noche. Finalmente lo hicimos en los restos del abandonado casco de una antigua estancia que prácticamente tocaba las aguas del Estrecho de Magallanes, casi frente a la Isla Dawson. Muy tarde en la noche pudimos ver tenue luz titilando en la lejanía, a ratos se perdía, pensamos de inmediato que - con toda seguridad - se trataba de la embarcación en donde navegaban nuestros amigos.

En algún momento previo a dormirnos, Hermann, el conductor de la camioneta, salió al exterior y después de largos minutos, volvió con rostro preocupado y en silencio. Había sucedido algo inaudito, tratando de estacionar el vehículo en unas lomas aledañas, volcó casi de campana en un gran foso de barro. Consciente Hermann que nada podría hacer a esas alturas de la noche, volvió a dormir pensando en la forma que al día siguiente saldríamos de semejante problema. Increíblemente pudimos dormir, y muy bien. Temprano en la mañana nos dimos a la ardua tarea de recuperar la camioneta. Creo que en la vida, he visto a persona con más ingenio y creatividad para solucionar situaciones que Hermann. Después de varias horas de incesante actividad, pudimos por fin observar la 4x4 en posición normal. Algunos abollones en el techo y costados delataban el percance. Pronto continuamos el viaje, pero solo pudimos avanzar algunos kilómetros hasta escarpados farallones rocosos, desde cuyos bordes se podía apreciar la vastedad del mar. Asombrosamente, y tras breves minutos de observación, avistamos una pequeña embarcación que se dirigía con rumbo norte, hacia el punto en donde nos encontrábamos detenidos. Eran ellos, zarparon de Porvenir a la hora acordada y tras navegación nocturna, alcanzaron la cuadra de la Isla Dawson a eso de las cero horas anunciándonos el paso con la tenue luz titilando en la oscuridad que vimos la noche anterior. De madrugada llegaron a Puerto Arturo, al no encontrarnos, supusieron bien, algún problema, así es que Valverde puso proa al norte manteniendo el curso pegado a la costa, cruzando los dedos para lograr el encuentro que ahora estaba por producirse.


Estrecho de Magallanes

Algarabía y gritos, en pocos minutos estuvimos todos a bordo y haciendo señas a Hermman, que desde lo alto del farallón rocoso agitaba ambos brazos despidiéndose. Por fin todos a bordo, era el tercer día de nuestras vacaciones y ya todos teníamos la sensación de llevar cien, así sucede cuando los sentidos despiertan del letargo, esa enfermedad que se propagó junto al crecimiento de las ciudades.

Un tranquilo mar acompañó nuestra navegación por el Fiordo Almirantazgo, muy esporádicamente la embarcación fue sacudida por el viento oeste, agazapados en la bodega, a ratos dormitábamos, a ratos subíamos a la estrecha cubierta. Después de horas de navegación avistamos el imponente espectáculo del Glaciar Marinelli, monstruosa y blanca masa glaciar cuya lengua desciende por kilómetros desde el interior del campo de hielo Darwin hasta llegar al mar quebrándose en estruendos. La noche llegó nuevamente y nos regaló luna maravillosa que iluminó nítidamente las tres pequeñas islas, las Tres Mogotes, que señalan la proximidad del fin del fiordo, el punto de desembarco.


La bella caleta María


Caleta María se llama este edén, la bienvenida - como corresponde a todo paraíso - nos fue dada por varias toninas overas, que nadaban y saltaban junto a la embarcación provocando el júbilo de todos. Una llovizna comenzó a caer cuando el patrón apagó el motor señalando con ello que estábamos por fin arribando al reino de los bosques del fin del mundo.


Avanzando por el Bosque - Foto de José Carmona

Aquí, en la bella Caleta María, dimos inicio un par de días más tarde, a nuestra travesía terrestre, primero avanzando por la ribera sur del Azopardo, el magnífico río de turquesas aguas que nacen en el gigantesco Lago Fagnano. Tras sortearlo, - no sin dificultades -, nos internamos por aquellos cajones cordilleranos, la morada de los Bosques Patagónicos. Junto a ellos, emplazamos día a día nuestros campamentos, gozando de su compañía, aceptando su protección, y también escuchando su desgarrador lamento provocado por aquella herida abierta que significa el camino de penetración que día a día avanza hacia el sur lastimando la tierra, - trae el progreso dicen - habrá que verlo.


Camión en el Bosque - Foto J.Carmona


El tiempo avanzó y se acercó el día en que nuestra travesía terminaría. Una tarde, mientras descendíamos una boscosa ladera, observamos extrañados una amplia faja de terreno descubierta, era evidente que los árboles habían sido extraídos con intención. A nuestros ojos - desde arriba - aparecía como una línea cortafuegos, de esas que construyen para el control de incendios forestales. La siguiente visión nos dejó atónitos, un enorme camión tolva, cruzó velozmente por aquella línea despejada en el bosque. No había dudas, habíamos llegado al camino!. Después de días de recorrer la vastedad de los bosques, estábamos finalmente ante al camino que construye el CMT para lograr el objetivo "geopolítico superior" de llegar al Canal Beagle. En este punto terminó nuestra travesía, así abruptamente, de frente a una construcción que ha permitido gran parte del desarrollo humano, y que al mismo tiempo ha puesto en riesgo su propia morada. Abrazo mortal que debe ser resuelto con sabiduría y conciencia; somos parte de un ecosistema superior, no estamos sobre el, ni la evolución nos ha concedido por graciosa potestad, convertirnos en sus administradores.


Expedicionarios en camino CMT - Foto J.Carmona

Nunca olvidaremos aquella magnífica expedición, - probablemente la mejor que jamás viviremos -, como padres experimentamos el inmenso placer de compartir con nuestros amados hijos en medio de naturaleza primigenia, y tuvimos el grande privilegio de observar el prodigioso crecimiento personal que acumularon en tan breve tiempo gracias a tanta vivencia primordial. Allí, mientras caminábamos en fila a través de aquellos bosques inundados de vida, se produjeron muchos mágicos momentos cuyos recuerdos se alojan para siempre en aquel lugar de nuestras almas reservado para lo sustancial, lo imperecedero.

Enero 28, año 2004, a pocos días de iniciar la expedición familiar que nos llevará de regreso a los bosques de Tierra del Fuego. En blanco permanecen aún las páginas de la bitácora, esperan impacientes. Nosotros aún más.

Jorge Milla



enero 20, 2004

Están por sobre el Hombre

El año 1961, el muy célebre escalador Italiano Walter Bonatti, fué actor principal de una de las peores tragedias ocurridas en el Mont Blanc. Hasta ese entonces, el pilar central del Freney, - una formidable torre de granito en la vertiente este del macizo, permanecía inescalado y era considerado por muchos, como uno de los últimos problemas no resuelto de los Alpes.

Los pormenores de esa tragedia, en donde murieron trágicamente, cuatro escaladores, están muy bien narrados en el libro "Freney 1961 - La gran tragedia del Mont Blanc". Ese año, dos cordadas de experimentados escaladores "coinciden" en el intento por alcanzar la gloria. La Italiana, liderada por Bonatti, e integrada además por Andrea Oggioni y Roberto Gallieni y la francesa, compuesta por Pierre Kohlmann, Robert Guillaume, Antoine Vieille y el famosísimo escalador Pierre Mazeaud. La "coincidencia" deja a ambos equipos, sin más remedio que unir esfuerzos. A no más de ochenta metros de la cumbre, se desata una fortísima tempestad, y los hombres son atrapados en la "Chandelle", un extraplomo de granito a 4.500 metros de altura, ahí permanecen muchas horas soportando estoicamente el castigo de la tormenta inclemente.


Cordada Freney


Dos días después, aprovechando una momentánea y breve pausa de aquel infierno climático, deciden escapar. Liderados por Bonatti, el grupo inicia el dramático descenso. Juntos, escriben las páginas de una de las tragedias más famosos del alpinismo. Tras un cuarto vivac, los escaladores van muriendo uno a uno, curiosamente, la mortal serie se inicia con el más joven de los escaladores, avanzando inexorable hasta el de más edad. Primero muere Vielle, después Oggioni, - compañero inseparable de Bonatti - horas más tarde muere Guillaume al caer en una grieta, finalmente Kohlmann, quién antes de morir, pierde totalmente la razón. La única salvación posible era alcanzar la seguridad del refugio Gamba, finalmente a el, solo llegan Gallieni, Bonatti y Mazeaud. Ya a salvo, Bonatti señaló, "nos hemos salvado los únicos que teníamos un amor esperándonos".


Bonatti, escalando


La prensa de su propio país, fustigó durante mucho tiempo a Bonatti, le acusaron de ser uno de los causantes principales de la tragedia ocasianada según muchos por un feroz impulso de competencia, que lo encegueció al punto de no permitirle advertir los riesgos de tan peligrosa empresa. Fué esa misma prensa, que en forma previa, lo había erigido como héroe nacional, y lo había impulsado a empuñar la espada y avanzar venciendo imposibles en nombre de la nación. Extrañamente en Francia, - gracias al relato exculpador de su adversario, Mazeaud -, fué condecorado por méritos. "No me perdonan el error de haber regresado con vida" señaló Bonatti.

En ocasiones, las montañas, se transforman en formidables escenarios, en donde tienen lugar las más cruentas luchas. Surgen espontáneas, poderosas y primitivas fuerzas ancestrales que impulsan a humanos a enfrentamientos por lograr la supremacía. Muchas veces en la historia, esa espontaneidad nunca existió, y más bien se trató de planificada estrategia de algunas Naciones, por clavar sus banderas en lo que era considerado un desafío mundial, suerte de mensaje a las otras naciones del mundo, "mírennos, somos nosotros, los vencedores de lo que uds. consideraban un imposible", así, destinaron cuantiosos recursos materiales y humanos para demostrar al mundo el poder de aquel Estado-Nación.

Los que nada saben de montañas, acusan a estas, de ser las causantes de las tragedias, y adjudican a ellas, la explicación a todas las pasiones, y bajezas humanas; en ocasiones, - las menores - les atribuyen también las grandezas, los actos heroicos y la entrega humana sin límite. Ellas siguen ahí, parecen inmóviles, permanecen inmutables, nos observan desde que nos alzamos en dos pies, nos han abierto las puertas de entrada a sus dominios y de vez en cuando han pemitido que el hombre sienta que las conquista, que las vence, que las domina. Es un juego, no puede ser vencido quién no presenta lucha, quién no es antagonista.



Están por sobre el Hombre


Las Montañas, cuyo único pecado ha sido estar por sobre el hombre, encima de él, mas cerca del firmamento infinito, y primeras en recibir cada día, el poder generador de toda vida que es el Sol, no son ni serán jamás adversario del hombre. No existen victorias sobre ellas, se trata de triunfos sobre uno mismo.

Jorge Milla




enero 14, 2004

Cajón del Río Olivares y el verdadero peligro

En más de alguna oportunidad, estando en la hermosa vega de Piedra Numerada, observando el desplazamiento de las nubes, miré hacia las alturas del Bismarck o el Cepo, pensando en como sería la visión hacia el oriente; - después -, en uno de los dos intentos fallidos por llegar a la cumbre del primero, me tomé el tiempo de observar con atención el amplio cajón que se adivinaba a través del Estero Paramillo, casi 1800 metros más abajo. Misterios no tan gozosos, me habían impedido acceder al que se había convertido para mí, en mítico lugar, el Cajón del Río Olivares, tan cercano y lejano a la vez. El intento más reciente por ir a develar sus misterios había sido hace muy poco, - en Diciembre pasado -, gracias a una invitación de César Masihy, quién se encontraba organizando la clásica travesía Cepo - Olivares - Yerba Loca.

Y otra vez los misterios impidiéndome ir. Postergado en la imaginación se quedó de nuevo el Cajón del Río Olivares, esperando otra oportunidad para saber que tan cerca de la realidad estaría aquello tantas veces imaginado.

Portezuelo Franciscano, viernes 09 de Enero, 02:20 de la madrugada, enorme luna menguando hace apenas dos días, "habrá que usar bloqueador lunar" bromea alguien refiriéndose a la potente luz selenita. Cuatro somos quienes nos dirigimos de una vez por todas, a encontrarnos con nuestras visiones. "Caminar hasta que el músculo aguante", decía el posteo que había dejado en el sitio de los Subecerro. En realidad, la idea era salir de Santiago a la hora que fuera, idealmente de noche, casi con sigilo, cuando es más fácil escapar de los tentáculos de la ciudad-atrapa-sueños. Un par de carpas en la pequeña laguna del Franciscano, instantáneamente pienso en Andrés Reutter, tenía información que vendría al Plomo este fin de semana, "suerte en el Plomo, Andrés", digo en voz alta mientras inicio la caminata. Cuarenta y cinco minutos después, cuando el músculo recién calentaba, tiramos nuestros sacos a un par de metros del Estero de la Yareta, ahí dormimos escuchando el dulce sonido de las aguas.

La caminata se reinicia a las 08:00, hubiésemos avanzado antes, pero un detalle doméstico del vivac lo impide: la tela que recubre nuestros sacos de pluma está impregnada de humedad producida por la condensación, debemos pues, esperar algún rato que esta evapore; guardarlos en esas condiciones es perjudicial. Otros cincuenta minutos y estamos en las vegas de Piedra Numerada, sin pausa alguna cruzamos el cauce del Río Molina, que en ese punto, es más bien un estero, e iniciamos el ascenso por la empinada ladera que asciende al Bismarck y el Cepo, pausa de diez minutos en el punto medio del ascenso y otra vez a subir, pronto estamos en el amplio "plató" existente entre ambos cerros y con visión del portezuelo del Cepo. Todo montañero sabe por experiencia, que no hay mejor acicate, que estar a vista de algún portezuelo, mágicamente las fuerzas vuelven, se apura el tranco, la fatiga se esfuma. Tras una hora y cincuenta desde Piedra Numerada, estábamos ahora maravillándonos de la extraordinaria visión al oriente. Ahí, frente a nuestros ojos, el hermoso Cajón del Paramillo, fuerte descenso se adivina en su primer tercio, plácidas vegas en el segundo, y gran misterio en el último, que desde la lejanía se aprecia angosto, cerrado, flanqueado de paredes rocosas de respetable altura.


Cajón Paramillo


Y se inicia el descenso, con la emoción de recorrer un sendero nuevo para nosotros, transitado cientos de veces por arrieros con rumbo a Argentina por el paso de Las Pircas, también por montañeros de la vieja escuela, cuando se dirigían a escalar las impresionantes paredes del Tronco o el Risopatrón. Más esporádicamente, hoy lo hacen algunos montañistas "modernos", - como nosotros -, que vivaquean en saco de plumas, de esos para –25. En conford, por supuesto.


Vegas del Cajón Paramillo


Primer descanso en las apacibles vegas del primer tercio, observando las paredes orientales del Bismarck, y preguntándonos si será por esa canaleta o aquella otra la forma de acceder a la esquiva cumbre. Será que primero hay que lograr la cumbre del Cepo, para obtener las llaves a la cumbre del Bismarck?. Seguimos ahora avanzando en dirección a la gran roca que marca el inicio de lo que desde del portezuelo se apreciaba cuál angosto cañón, la huella es cada vez menos evidente, a ratos se nos pierde, cruzamos el estero hacia el norte y nos parece verla al sur, volvemos a cruzar al sur, y parece ahora estar allá al frente, en la ladera norte, pronto se pierde definitivamente mientras descendemos por acarreos de gran pendiente.


Placas del Paramillo


El cañón ahora nos aprieta más y más y nos conduce en forma inexorable a la caja misma del estero. Sin darnos cuenta estamos frente a dilema, devolvernos ascendiendo hasta retomar el sendero, o seguir avanzando arriesgándonos a encontrarnos con un descenso impracticable. Avanzo de primero para determinar si el descenso será factible, pronto no veo a mis compañeros y nuestra comunicación solo es posible por radio, con precaución destrepo las rocas a escasos centímetros de las aguas rugientes. Una y otra vez parecía que no se podría avanzar más, que aquel salto que se intuía enorme, marcaría el punto en que el Paramillo, nos negaría definitivamente el avance. Una y otra vez, también, encontramos la forma de sortear el escollo, con paciencia, tranquilidad y mucho cuidado, a veces fue necesaria la asistencia de la cuerda, que llevábamos para el cruce del Río Olivares, más de alguno de nosotros, resbaló y cayó, afortunadamente sin consecuencias corporales mayores, siendo tal vez el orgullo, el más afectado. Objetivamente, una caída podría haber significado graves lesiones y aún más. Mejor no hablar de ciertas cosas.


Cajón del Río Olivares


Y así continuamos, hora tras hora hasta que al fin, tuvimos a la vista el amplio cajón del Olivares, y su sinuoso Río. Aquellos múltiples meandros y el color té con leche, eran la más clara señal de su origen glacial. Sobrecogidos observamos la imponente visión al norte, colosales paredes rocosas, monstruosos glaciares colgantes, enormes cascadas cuyas aguas parecían brotar de la nada, interminables y terroríficas canaletas verticales cubiertas por hielo. Largo rato estuvimos contemplando tan magnífica escena, extasiados y absortos, preguntándonos como era posible que tan increíble lugar estuviese tan cerca de Santiago, y recriminándonos por no haber ido allí antes.

La hora avanzaba y debíamos continuar ahora nuestra marcha rumbo al norte, hacia al fondo del Cajón en pos del Gran Salto del Río Olivares. Un amable sendero nos conduce hacia el, de cuando en cuando atraviesa amplias y plácidas vegas, o permite observar nuevas cascadas de agua, todo junto al Olivares, que ahora no nos parecía un río tan sencillo de cruzar, ancho y de caudal respetable. Tras dos horas de marcha, llegamos a otra amplia vega, protegida del viento y cercana a un murallón rocoso. Este fue el punto de nuestro segundo vivac, decisión resistida dado que nuestro objetivo ese día era llegar hasta el punto en donde el cajón gira al noroeste para iniciar el ascenso al Gran Salto. Dos horas nos separaban aún de ese punto, había que cruzar el Río en algún sector en que permitiese el vado, - cuestión para nada clara -, y llevábamos prácticamente diez horas de marcha.


Estero Los Castaños


No estábamos solos, un grupo de la Federación, que concluía un programa de “tecnificación” con un ascenso al Nevado del Plomo (6050), acampaba también en el lugar. La expedición, de diez días de duración era apoyada por arrieros y sus mulares para el transporte de la carga en el proceso e aproximación. Algo comimos y a eso de las nueve, nos metimos a nuestros sacos, cansados de la dura jornada, y a la vez felices de estar allí.

Temprano fuimos despertados por los movimientos del grupo Federación, preparaban equipos, y cargaban las mulas para continuar, pronto se despidieron y se alejaron hasta perderse, se dirigían hasta el punto del río en donde los arrieros acostumbran el cruce.

Tranquilo desayuno y amena conversación para decidir el plan de ese día Domingo. Las posibilidades de llegar al gran salto, se habían esfumado, se requerían alrededor de cinco horas más de marcha, efectuar el cruce del río y después volver en una interminable caminata de diez o doce horas hasta la subestación Olivares, punto en donde nos recogerían para retornar a Santiago. Así las cosas, decidimos avanzar por el margen izquierdo del río hasta el sector del Estero Esmeralda, punto en donde tuvimos visión de la cumbre del C° Plomo. Acostumbrados a ver permanentemente su imagen desde el poniente, resultó curioso y extraño apreciarlo desde el oriente. Hasta aquí avanzamos.


Montañas del Cajón Olivares


El retorno como siempre, fue a paso rápido y en silencio, intentado capturar imágenes con el mayor detalle posible para luego almacenarlas en aquel lugar del alma, destinado al acopio del combustible que alimenta los sueños. Parados sobre el puente que cruza el Olivares frente a la subestación, juramos volver. Tal vez lo hagamos, tal vez no, todo dependerá sí somos capaces de sortear nuevamente el río verdaderamente peligroso, ese que ahoga todos los sueños allá abajo en la gran ciudad.

Jorge Milla, Enero 2004