mayo 13, 2005

La otra Calama

Golpean a la puerta en forma insistente, me apresuro a abrir antes que mi madre, conozco muy bien esa forma de hacerlo. Hago bien, se trata de Cristián, uno de los hermanos Pezoa, a quién todos conocemos como "Matto". Jamás supe porque le llamábamos de esa forma, por años supuse equivocadamente que se hacía llamar así en honor a Huber Matos, nunca me detuve a pensar que era difícil que un niño de doce años estuviese familiarizado con la revolución cubana. Hace una pausa antes de hablar, está agitado, corrió hasta mi casa para avisarme que el encuentro de la tarde deberá efectuarse en Calama.

No hay tiempo que perder, rápidamente acordamos a quién citar, hago repaso mental y voy señalando el apellido de los convocados, "los hermanos Espinoza, hermanos Pavéz, los Rojas, los Albarrán, - por ahora los Medel quedan fuera -,avísale también a Julio y a Manuel". Pronto la nómina está lista, Matto se aleja corriendo, debe avisar a todos que a las cuatro de la tarde, a más tardar, deberán estar en Calama.

Parte importante de mi niñez la viví en un barrio del sur de Santiago, suena bien eso de barrio, mejor que población, hoy se dice Villa, o comunidad que suena mejor aún. Guardo hermosos recuerdos de tardes enteras jugando hasta que caíamos rendidos de cansancio, jornadas extensas, todas memorables, eran varios equipos y jugábamos al gol, eso significaba que aquellos primeros en convertir, permanecían en la cancha, los derrotados salían y era turno de otro equipo, el ciclo podía durar horas de horas, solo la llegada de la noche o un infortunio mayor como que la pelota fuese destrozada bajo las ruedas de algún microbus, ponía término al juego.

Fitz RoyNinguno de nosotros había estado en Calama, sabíamos sí que era un lugar al norte, en pleno desierto, carente de toda vegetación, verdaderas nubes de seco polvo levantándose e impidiendo de tanto en tanto la visión, cubren la ciudad y oscurecen el cielo, obligando a la paralización momentánea de toda actividad.


Cuatro de la tarde. Los convocados llegan puntualmente y con prontitud damos inicio al sagrado ceremonial de la elección. Los capitanes frente a frente. Los demás les rodean. Uno de ellos da el primer paso avanzando el pie izquierdo situándolo delante del derecho. Ambos zapatos deben tocarse, talón con punta, esa es la regla. Corresponde turno ahora al otro capitán, decide iniciar con pie derecho, ese le trae suerte. Efectúa el movimiento y mira a su rival. Nuevo cambio de turno, los contrincantes están ahora más próximos, cada paso los acerca al fin del rito. Hubo acuerdo previo que en esta oportunidad sería "sin pise de cordones", todos saben lo que eso significa, ruleta rusa, duelo de pistoleros con única bala en la cámara, imposible saber quién ganará. El desenlace está próximo. El último paso, a quién sea corresponda, debe calzar con absoluta precisión, el más mínimo roce al zapato del rival, significará que se habrá perdido y corresponderá a nuestro oponente iniciar la selección.


Fitz Roy
Con frecuencia hacía las veces de capitán, así es que estaba curtido para estos duelos. El ganador tenía el privilegio de escoger primero, eso otorgaba tremenda ventaja porque se partía seleccionando a los más diestros, a los talentosos, dominadores de todas las técnicas. El caudillo mencionaba en voz alta un nombre, y el proclamado se apartaba automáticamente del grupo formando fila tras él. Y así, con cada nombre pronunciado, ambas filas crecían en número. Se iniciaba entonces la parte de mayor dramatismo, era posible respirar el desconsuelo de los menos hábiles, aquellos que siempre eran escogidos solamente "para completar". En sus rostros había ansiedad, deseaban que sus nombres fuesen pronunciados de una vez por todas para terminar con la tribulación de la espera. Había crueldad en ese rito infantil, no he olvidado aquellas caras suplicantes, deseosas de ser apuntadas para luego avanzar a paso rápido a formar parte de la fila. Algo cabizbajos, respiraban aliviados por abandonar su condición de parias, a partir de ese momento adquirían identidad y pertenencia.

De adultos la vida nos obliga a practicar muchas veces aquel rito, nuestro oponente es ella misma, y quién impone las reglas, con o sin "pise de cordones", siempre partirá escogiendo, y somos nosotros quienes suplicamos pronuncie nuestros nombres para integrarnos, aunque solo sea para completar.

Si había alguien poco hábil, ese era el guatón Queno, gordo bonachón que siempre quedaba para el final, era frecuente que ningún capitán lo quisiese en su equipo, para cortar la discusión se echaba a la suerte determinar quién tendría que incorporarlo a su equipo. Un día supimos que esperando turno en la cola de la panadería, imprevistamente resbaló azotando su cabeza en la solera, quedó ahí tendido, inerte. Alguien allá arriba pronunció su nombre y él debió partir a integrarse a las filas de la eternidad.


Eran otros tiempos, los menos hábiles estaban condenados a jugar defendiendo el arco, era eso o nada, normalmente puesto reservado para miopes y gordos. Las mejores lecciones de entrega y honor deportivo, las recibimos de ellos, no esperábamos nada y convirtieron en gloriosas muchas contiendas deportivas. Hoy es distinto, jugar de arquero es importante, suelen ser protagonistas centrales de toda brega, se les exige habilidad. Desconozco a que puesto son condenados ahora los cegatones y rollizos, es época de obesidad infantil por ello no puedo evitar ver en cada infante gordito, esos arqueros de otrora.

Se daba inicio al encuentro, primeros gritos pidiendo un pase o reclamando una infracción, pronto se sucedían los goles, más gritos, abrazos, y risas llenándolo todo. A ratos, nubes de polvo atravesaban la amplia explanada del campo de juego impidiendo la visión, los jugadores seguían corriendo febrilmente, impensable detener el encuentro. Creo recordar que muchas veces aquellas nubes polvorientas fueron utilizadas en favor del equipo dueño de las acciones. Los atacantes, convertidos en sombras espectrales avanzando ocultos en medio de la bruma, para luego aparecer frente al arco rival y aniquilar al sorprendido e indefenso arquero.

Fitz RoyEsa era nuestra Calama. La otra. Amplísima faja de tierra ubicada a un costado del antiguo aeropuerto de Santiago, que ahora se extingue aprisionado por la ciudad que reclama y devora espacios. En ese entonces teníamos la creencia que su nombre, - Cerrillos -, se debía a los pequeños montículos existentes a lo largo del perímetro del aeropuerto. Me entero ahora poco, que sus terrenos albergarán la futura ciudad del bicentenario. Ciudad dentro de ciudad, siempre sonará a ghetto.

Calama era para nosotros, sinónimo de tierral y sequedad, por eso bautizamos así aquella improvisada cancha, amábamos dirigirnos a ella cada fin de semana. Grandes amistades se fortalecieron allí. Perduran. El progreso cubrió de asfalto a nuestra Calama, yace ahora sepultada bajo toneladas de hormigón, usado para dar forma a lo que dicen es la más moderna autopista de América.

Fitz RoyHace no mucho debí transitar esta nueva vía, al pasar por Calama, sentí nítidamente otra vez las risas y gritos de todos mis grandes amigos. Recuerdos inmediatos y luego nostalgias de una época maravillosa que no volverá.

De algo estoy seguro, todo el cemento capaz de producir el hombre, será jamás suficiente, para sepultar los recuerdos de aquellos felices días en que algo tan simple, como acostarnos en la tierra y observar las barrigas metálicas de los DC-6 perdiéndose en lo alto hacia el sur, era suficiente.



Dedicado a mis amigos en especial a Matto, por invitarme a revivir tan bellas remembranzas.


mayo 04, 2005

Ojos de niño feliz

Me dirijo a su habitación y me paro frente a él adoptando postura corporal solemne, luego fijo la vista en la suya y permanezco así durante largos segundos, tantos que casi puedo ver en sus pupilas mi rostro reflejado, extiendo entonces mis manos hacia él como si estuviese entregando ofrenda. Solo entonces le hablo:

"Desde este momento te acompañará para siempre, será el apoyo que necesitas cuando tu caminar te lleve a senderos inestables y peligrosos. Si repentinamente pierdes pie, resbalando fuera de control, úsalo para detener la caída y recuperar nuevamente el dominio de tus movimientos, si sientes que tus fuerzas fallan y te impiden alcanzar la seguridad de aquel apoyo que parece lejano e imposible, se transformará en formidable extensión de tu brazo, una tan férrea y poderosa, que mínima superficie le bastará para sostener tu cuerpo cansado, y permitir que vuelvan las fuerzas necesarias para retomar el avance una vez más. Si espeso follaje obstaculiza la senda elegida y el ramaje intimida, levántalo ahora con firmeza, ponlo enfrente de tu rostro a la manera de escudo y avanza con decisión apartando a un lado la amenaza. Llévalo contigo siempre."


Fitz Roy


A continuación y con la solemnidad que tal ceremonia exigía, deposité en sus manos, - de la misma forma en que imagino, se entregaba la espada a los hidalgos caballeros que marchaban a las cruzadas -, aquel símbolo que esperaba yo, lo acompañase por siempre. Él lo recibió emocionado, me abrazó con fuerza y sus hermosos ojos de niño feliz brillaron iluminando la escena.

De esta forma cumplí hace pocos días atrás, el compromiso de honor que había adquirido con Vicente, el menor de mis dos retoños, Hijo del viento otoñal, como le llamé en algún escrito pasado, doce años cumplía ahora en Mayo, con anterioridad había decidido obsequiarle algo que él deseaba mucho y que para mí representaba más.


Fitz Roy


Fue en el verano pasado durante nuestra incursión a la Patagonia Argentina, en familia recorríamos aquellos maravillosos parajes junto a los míticos cerros Torre y Fitz Roy, cuando llamó mi atención la manera en que Vicente observaba el artilugio metálico que en esa oportunidad había decidido incluir como parte del equipo. Piolet se denomina, nombre extraño para quienes no están familiarizados con el montañismo y la escalada, suerte de bastón o báculo, es herramienta insustituible para quienes se adentran en los vastos dominios de la montaña y han obtenido anuencia para alcanzar sus cimas. Todo aspirante a ingresar a este reino, ansía en algún momento de su vida, poseer uno, y normalmente el primero de ellos, nos es obsequiado en rito de iniciación.


Vicente

En más de alguna oportunidad, y sin que Vicente se percatara de mi presencia, pude observar que sostenía el piolet en sus manos, seguro imaginaba las extraordinarias aventuras que le aguardaban por vivir, fue en una de esas ocasiones, cuando le prometí que pronto tendría el suyo, que hacía tiempo se había hecho largamente merecedor de tal honor. Acordamos que su cumpleaños número doce, sería la fecha para tan solemne entrega.

Entregar un obsequio, por sencillo que este sea, brindará siempre preciosa oportunidad para decir mucho sin hablar siquiera, nos permite impregnar en el objeto a regalar, toda la fuerza de nuestras convicciones y deseos más profundos, se transforma así en verdadero talismán, amuleto que concentra y amplifica misteriosas y desconocidas fuerzas benefactoras y protectoras.

En algún momento de reflexión acerca de las palabras que dirigiría a Vicente al momento de entregarle su piolet talismán, caí en la cuenta de la profunda significación de aquel símbolo, no se trataba de simple bastón metálico, sino que representaba mucho de aquello que como padre me gustaría entregarle siempre, incluso más allá de mi propia muerte.

En la vida, al igual que en las montañas existen senderos inestables y peligrosos que necesariamente deben ser cruzados para alcanzar el sitio u objetivo deseado. En aquel tránsito, muchas veces resbalamos y caemos; en el rodar cuesta abajo se pierde total control de las acciones, dominio que desesperadamente buscamos recuperar. Cuantas veces hemos deseado disponer de algún apoyo que tan solo por un momento sostenga por completo nuestros cuerpos y vidas, quitándoles el pesado lastre de lo cotidiano, cuantas ganas de avanzar protegido por formidable escudo, apartando con firmeza toda amenaza.

Estuve seguro entonces, no estaba obsequiando a Vicente un ornamento más a ubicar en algún rincón olvidado, ni se trataba de juguete a desarmar para saber que había en su interior, era, sin lugar a dudas, mi propia representación, yo mismo tomando forma de bastón de apoyo para asistirlo en la vida todas las veces que fuese necesario. Es posible que Vicente nunca llegue a escuchar de igual forma que yo, el llamado de las amadas Montañas, entiendo ahora que eso no importa, a su alcance siempre estará su piolet amarillo, aquel que con tanto júbilo recibió al cumplir doce años.

Vicente

Lo imagino caminando alegremente por esos mismos senderos que recorrí tantas veces, lo hace tranquilo, sereno, es ahora un joven. Sostiene un envejecido piolet decolorado por el paso de los años, se detiene y mira hacia lo alto, aún conserva aquellos hermosos ojos de niño feliz.